Reflexionando sobre la verdad en la ciencia económica (I)
Por: Ricardo Vicente López.
En tiempos de de tanto descreimiento: según la Academia de la Lengua española: se debe entender como: «No creer, o dejar de creer, en algo o en alguien y desconfiar de algo o de alguien». Esto no es nuevo, en los años treinta Enrique S. Discépolo escribía, sumergido en la desesperanza de los años treinta: «La gente me ha engañado desde el día en que nací… ¡aquí, ni Dios rescata lo perdido!… ¡Hoy ya murió el criterio! Vale Jesús lo mismo que el ladrón».
Entonces, hoy es necesario ser portador de una firme fe para creer, y dar batalla por ello, en defensa de esos valores. Tengo la sospecha de que la cita del poeta me va a traer muchas críticas. Pero, yo creo que para estos tiempos una filosofía práctica de vida saludable es necesaria, en estas épocas de capitalismo tardío y en decadencia; en plena descomposición de sus instituciones, debe ser acompañada por los valores de la tradición cristiana (no hablo de religión ni de iglesias). Debemos ser portadores de una cantidad, no muy grande, en un principio, de confianza, un simple sentido común, al menos en los primeros contactos con desconocidos, para no ser herido gratuitamente.
Todo esto viene a cuento por sentarme a pensar la experiencia mía como docente de una Filosofía Social, en el Departamento de Economía de la Universidad Nacional del Sur, saturado por un clima ingenuo de adoración al dogma de la teoría económica. Pero, como una continuidad de esas reflexiones no puedo evitar por mi formación académica, y por mi convicción cristiana intentar seguir dando aquellas batallas ideológicas dentro del aula, no siempre victoriosas, pero ahora dirigidas a un público más amplio.
Como es evidente para cualquiera de nosotros, más o menos informado, sumidos en una atmósfera ideológica reaccionaria, teñida de economicismo, que ha copado la mayor parte del espacio público. Es una presencia permanente del tema económico, es omnipresente; con intensiones nada inocentes. El resultado de los debates, cuasi metafísicos, sobre la Economía se vienen repitiendo envueltos en un ropaje informativo. Es un diálogo entre “los que saben”, casi desde los inicios del sistema capitalista. El final de la Segunda Guerra, tras el publicitado triunfo de los EEUU, fue un espacio público convertido en campo de batallas por la conquista de las conciencias de los ciudadanos de a pie.
Para entrar en el ruedo, me voy a amparar en la tarea pedagógica desarrollada por un combatiente, casi solitario en esas batallas ideológicas: estoy convocando a un intelectual culto, que desarrolló una larga carrera docente, acompañada por una tarea periodística cargada de sabidurías: me estoy refiriendo a alguien que nos dejó hace poco: Alejandro Nadal (1945-2020) – importante economista mexicano, Doctor en Economía por la Universidad de París X, Profesor e Investigador de Economía en el Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México, especializado en las áreas de teoría económica comparada. Fue Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso y publicó semanalmente una columna en el periódico La Jornada de México, a pesar todos estos laureles su pensamiento ha estado ausente en las aulas académicas: paga el precio de los justos, de los que hablan por la verdad, sin tapujos.
Voy a introducir algunas definiciones de economía para tener más claro de qué trata el tema que propongo; en su primera etapa se definían sencillamente, como:
«La Ciencia que estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas; sistema de producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios de una sociedad o de un país».
La Economía devino, en la etapa de expansión imperialista, en Teoría económica, por lo cual se fue complejizando en su definición; esto nos debe hacer sospechar respectos a esas intensiones. Nos está advirtiendo que se hacen esfuerzos para definir lo que se va convirtiendo en indefinible:
«Denominamos teoría económica al conjunto de hipótesis, de modelos, que tratan de aportar una explicación teórica a los sucesos que ocurren en la economía real. Estos sucesos pueden producirse en los dos principales campos en los que se divide la economía: la macroeconomía y la microeconomía. De esta forma, la teoría económica trata de aportar la explicación de por qué interaccionan las variables, dando una serie de resultados. Dependiendo del punto de vista que se mire, trata de englobar el conjunto de hipótesis conexas sobre las causas y efectos, así como la acción y reacción. En otras palabras, la interacción que se produce entre los distintos agentes económicos y el comportamiento de la variables económicas en relación con estos»…
Todo ello se ha hecho muy dificultoso ante el imperio del dinero especulativo, en el siglo XX, sobre todo a partir de las dos grandes guerras. La reconstrucción de los países involucrados abrió un proceso en el que el periodismo especializado comenzó a pensar en el comienzo de una nueva etapa, una especie de reestructuración que tendría como objetivo resolver las injusticias que ese sistema le impuso al mundo (¡¡angelitos de Dios!!).
El párrafo que copio a continuación nos introduce en una reflexión seria que intenta abrir caminos para una sociedad más equitativa. Pertenece a Alejandro Nadal:
«La crisis global que estalló en 2007 no fue un pequeño tropiezo en la historia del Capital. Fue un terremoto de magnitud inusitada que alterará las formas de organizar la producción y el consumo para siempre. Las transformaciones que le están asociadas tocan las estructuras del Estado y de la plataforma de acumulación de riqueza que han caracterizado el movimiento del capital desde hace más de 200 años. Esto podría parecer un enunciado aventurado. Después de todo, la historia que nos cuentan los economistas tradicionales, en sus diversos colores (desde los más conservadores hasta los que visten el ropaje del llamado keynesianismo) la crisis no es más que el resultado de una desafortunada combinación de eventos, casi un accidente. Para los conservadores la crisis se genera por errores en el manejo de la política económica. Y aunque los datos desmienten esta tesis, el dogma del mal gobierno se perpetúa. El corolario es que no hay nada malo con el capitalismo, son los gestores ignorantes los culpables».
Prestemos atención a este dato insoslayable: es un hecho que el crecimiento de los salarios reales se estancó desde principios de la década de los años 1970. Pero hay una pregunta que el análisis convencional ha preferido ignorar: ¿por qué dejaron de crecer los salarios a partir de esos años? La hipótesis más fuerte es que la caída en la tasa de ganancia que experimentó el capital desde los años 60 llevó a una ofensiva en contra del trabajo. Eso se tradujo en una arremetida en contra de sindicatos y en un endurecimiento anti salarial. El Doctor Nadal recurre a un autorizado investigador, el economista en Jefe del Fondo Monetario Internacional, Maurice Obstfeld (1952) [[2]], quien confiesa que el panorama económico global le parece bastante difícil de entender. Este funcionario examinó las causas y efectos del colapso en los precios del petróleo y preguntó: ¿Por qué los bajos precios del crudo no han sido un estímulo para la economía mundial? El Doctor Nadal comenta:
«Su respuesta y análisis son evidencia de los limitados alcances de la teoría económica convencional para entender la crisis y la dinámica macroeconómica del capitalismo contemporáneo».
Pero nos advierte Nadal que todavía queda otra pregunta fundamental:
«¿Por qué cayó la tasa de ganancias? Este es el interrogante más importante que considera esencial para abordar una reflexión sobre la lógica del capitalismo y las mutaciones que vendrán en el futuro cercano. Los precios bajos debieran conducir a menores costos de producción y mayores niveles de actividad, mayor contratación de fuerza de trabajo y menor inflación. Sin embargo, lo que sucede es que los economistas del FMI se quedaron con las explicaciones superficiales de la “estanflación”, es decir, de la coexistencia de estancamiento con inflación, que marcó la década de los años 1970. La tesis estándar sobre aquél episodio es que los altos precios del crudo se tradujeron en altos costos de producción, reducción del nivel de actividad y altos precios para cubrir los costos crecientes».
Ud., amigo lector, a esta altura del debate, deberá perdonarme por someterlo a estos galimatías de explicaciones confusas, que no explican nada. Pero es tal el empecinamiento de los adoradores de las doctrinas liberales que se conforman con explicaciones no aclaratorias. Ello nos obliga a personas, como Ud. y como yo, que no tenemos compromisos de Fe con esas doctrinas, a reservarnos el derecho a reclamar mayor claridad. Esas incapacidades de los investigadores nos dejan huérfanos de respuestas. Esta situación lo lleva al doctor Nadal, desde su posición descomprometida con los monjes de la Academia a escribir:
«Desde las diversas perspectivas que ofrecen los investigadores más importantes: ni la inestabilidad financiera, ni la desigualdad o el subconsumo son lo que explica la crisis de 2008. Y si bien la deflación y la austeridad son factores importantes detrás de la extensión de la gran recesión, la crisis y su profundidad se explican por las contradicciones intrínsecas del capitalismo. Sin duda el régimen neoliberal ha intensificado algunas de estas contradicciones, pero las raíces de la crisis son más profundas y parecen inalcanzables para aquellas mentalidades comprometidas con esas doctrinas».
Poco tiempo después el Doctor Alejandro Nadal vuelve sobre el tema con esta pregunta inquietante, razón por la cual la mayor parte de los investigadores la esquivan: ¿Son compatibles el capitalismo y la democracia? Y propone esta respuesta:
«La estabilidad social y económica bajo el capitalismo afronta dos problemas esenciales. Por un lado, las continuas crisis y la feroz competencia inter-capitalista hacen de la acumulación de capital un proceso inseguro. Por el otro, el conflicto en la distribución del ingreso constituye una permanente amenaza de ruptura social. La democracia está en el corazón de estas dos fuentes de tensiones sistémicas. Para introducir un par de definiciones operativas, aquí entendemos por democracia un sistema en el que todos los ciudadanos adultos tienen el derecho al voto (sufragio universal), hay elecciones libres y se protegen los derechos humanos bajo el imperio del estado de derecho. El capitalismo es un sistema en el que una clase dominante se apropia del excedente del producto social ya no por la violencia, sino por medio del mercado».
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