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No habrá lucha contra el cambio climático sin las mujeres

Por: Estefanía Suárez



Estamos a principios de un año nuevo y como cada enero toca la lista de propósitos que vamos a cumplir. Todo aquello que no hicimos el año anterior, ni el anterior, ni el anterior al anterior. A pesar de que sea urgente, a pesar de que nos recuerden constantemente que más que un propósito es una obligación si queremos muchos más eneros por delante.

Este año, ese propósito de año nuevo debería ser ponerse serios y avanzar de una forma real en la descarbonización de la economía, poner fin a las emisiones y diseñar a nivel mundial estrategias efectivas de mitigación y adaptación al cambio climático.


Pasar de las palabras, de las declaraciones, a los hechos. Pasar de las propuestas a los resultados medibles. Lo hemos oído miles de veces en los últimos años, no hay planeta B, nos quedamos sin tiempo. Lo vemos a diario: aumento de las temperaturas, fenómenos meteorológicos extremos, sequía, calentamiento de nuestros océanos y un largo etcétera.

Lo curioso es que, si bien son muchos los países que, afortunadamente, se han subido y se siguen subiendo al carro de la lucha contra el cambio climático, en la agenda ambiental están invisibilizadas, como casi siempre, las grandes afectadas por el cambio climático: las mujeres.


Sirva a modo de muestra la COP28 celebrada en Dubai, donde la presencia de las mujeres en las mesas de negociación era anecdótica. La propia Hillary Clinton se preguntaba: “¿Cómo conseguimos que se escuchen las preocupaciones de las mujeres sin presencia de mujeres en los ámbitos de decisión?”.


Es cierto que la palabra “género” aparece en los documentos y no siempre fue así, pero también es cierto que hablar de género o de igualdad no suele traducirse en políticas reales, y muchas veces se queda en mera declaración de intenciones. Más aún cuando las mujeres no participamos en los espacios de toma de decisiones, ni tenemos representación política suficiente.


Y las mujeres no somos prescindibles, los datos hablan por sí solos. El cambio climático afecta a hombres y a mujeres, pero afecta más a las personas que están en situación de mayor vulnerabilidad, y nosotras, las mujeres, estamos en esa posición porque el sistema y los roles de género nos han colocado ahí.


La pobreza tiene rostro de mujer, son las pobres entre los pobres. Representan en torno al 70% de los pobres del mundo. A mediados de siglo, si no ponemos remedio, 158 millones de mujeres y niñas podrían estar en la pobreza como consecuencia del cambio climático.

Las mujeres son mayoría en las zonas más azotadas por las sequías. Según datos del World Economic Forum, el 60% de las personas que sufren desnutrición son mujeres, niñas y niños. Son también las mujeres mayoría si hablamos de pobreza energética.


Los datos que maneja la UNESCO arrojan un escenario devastador para el futuro de las niñas; ellas representan dos terceras partes de los menores que no van a la escuela, y una de cada cuatro mujeres en países en vías de desarrollo no ha completado la educación primaria.


Además, sufren una mayor tasa de mortalidad como consecuencia de estar expuestas a ambientes con alta concentración de humo. Existe también una relación directa entre las migraciones humanas provocadas por los efectos del cambio climático y el género. El último Informe Mundial sobre Desplazamiento Interno del IDMC aclara que, sólo en Somalia, se desplazaron 1.1 millón de personas como consecuencia de la sequía, y en Etiopía 686.000, mientras que en Nigeria fueron 2,4 millones por desastres ambientales.


Cifras que suman y suman hasta alcanzar los 32 millones de desplazamientos en el año 2022 como consecuencia del cambio climático. La mayoría de estos desplazamientos los protagonizan mujeres y niñas. Por tanto, el cambio climático no es neutro en cuanto al género, afecta más a las mujeres y a las niñas porque tienen mayor presencia en los sectores que serán más afectados, porque parten de una situación menos ventajosa que los hombres, porque sufren violencia.


La crisis climática no hace otra cosa que servir de amplificador a la situación de desigualdad, de discriminación, que sufren las mujeres y las niñas, y es precisamente por esto por lo que cualquier medida que se diseñe, que se adopte, tiene que contar necesariamente con las mujeres. Con su opinión, con sus necesidades. Así que si no hace tanto gritábamos que la revolución sería feminista o no sería, la lucha contra el cambio climático contará con las mujeres o tampoco será.


*Estefanía Suárez es experta en Sostenibilidad Ambiental y colaboradora de la Fundación Alternativas.


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