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Nos falta ciudadanía



La mayoría de la gente se pregunta si el estado de cosas a que ha llegado Colombia podría cambiar algún día. Si habría posibilidades de que no tengamos que ver y padecer asuntos que se han agravado con la pandemia como la pobreza y el hambre, la corrupción que se multiplica en todos los niveles, el crecimiento desmesurado de la informalidad, la inseguridad galopante, el aumento significativo del microtráfico así como del consumo de sustancias sicoactivas, una carga impositiva cada vez más asfixiante, la ineficiencia de los organismos de control, la lentitud de la justicia, la ambición privada en temas como la salud, educación, vivienda y servicios públicos, la polarización política desmedida, la concentración de poderes públicos, la soterrada complicidad de muchos medios de comunicación, en fin.



Y es verdad que la gente protesta. Protestan los campesinos porque el país sigue importando alimentos, los educadores porque no les garantizan la salud, los trasportadores por los altos peajes y el mal estado de las carreteras, los estudiantes pidiendo educación de calidad, los jóvenes porque no tienen oportunidades, los obreros por las precarias condiciones laborales en que trabajan, los usuarios por la falta de los servicios públicos o el aumento desmedido de sus tarifas y también de los impuestos, los padres de familia porque quieren imponerles a sus hijos la ideología de género en las escuelas, los indígenas porque la minería ilegal y el narcotráfico invaden sus tierras y acaban con sus vidas, etc. Pero parece que la marcha, el plantón o la manifestación no son suficientes. Además, la protesta social cada vez está siendo más estigmatizada y limitada por las esferas gubernamentales, bajo el prurito de que son protagonizadas por “vándalos”, lo que se convierte en el argumento para minimizar las verdaderas causas de la misma.


La más reciente fue la de las mujeres que protestaron en todo el país en conmemoración a su día internacional. Lo ocurrido en Bogotá fue muy diciente. Las imágenes mostraron como un grupo de estas arremetieron contra bienes públicos y privados, vehículos particulares y buses, entre otros.


Nos preocupa sobre manera que también el corazón y la mente de las mujeres de nuestro país se encuentre invadido por los mismos sentimientos de odio, rencor, resentimiento y venganza que expresan muchísimos colombianos. Una de nuestra ultimas esperanzas de que todo esto cambie tiene que ver justamente con la actitud de las mujeres que, llenas de amor, compasión, solidaridad y paciencia, conduzcan a los ahombres de este país – y a la nación entera – hacia nuevos rumbos. Pero si ya ellas entraron también en el juego del odio y la polarización política es poco lo que lo que podemos esperar.


Y es que debemos insistir, como decía Martin Luther King: “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”. Si, las intuiciones han venido siendo sacrificadas por políticos y funcionarios corruptos, guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, y demás, pero lo alarmante es que no hemos tenido una ciudadanía capaz de asumir y defender sus derechos, pero también cumplir con sus deberes y responsabilidades .



Estamos a un año de las elecciones para el Congreso. Tenemos el tiempo para aprovechar, mediante el voto, esa oportunidad que nos ofrecen las vías democráticas de ejercer la ciudadanía y elegir unos candidatos en función del desarrollo de unos programas estructurados con ideas claras acerca de como salir de la pobreza, combatir la corrupción, acabar con la impunidad, disminuir la desigualdad, generar empleo, reducir la informalidad y reforzar los pesos y contrapesos en la actividad pública y privada.

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