top of page

La destrucción de la cultura y la celebración de la incultura

  • Por: Ulises Redondo C.
  • 30 sept 2020
  • 4 Min. de lectura


Los que creen que la ignorancia es atrevida no están muy lejos de la verdad. Solo falta aliñar un poco para darle a la mezcla un toque mágico.


La ignorancia es ciega y sorda, pero tiene una lengua magistral que le permite hablar de todo. Y a pesar de que ignora hacia donde va es atrevida porque tiene el poder de conformar cofradías, legiones y religiones.


La fe de esos correligionarios es la ignorancia bruta, (quiero decir, sin pulir): “un ignorante solo le cree a otro ignorante”.



A pesar de todo no se puede menospreciar la habilidad del ignorante para reciclar del basurero mental tanta incoherencia. ¡Atrevido si es!


Las religiones y las guerras destruyeron la biblioteca de Alejandría, arrasada en el año 391 durante un ataque violento antipagano instigado por el patriarca Teófilo. El golpe de gracia para la Biblioteca llegó en el año 640, cuando el Imperio bizantino sufrió la arrolladora irrupción de los árabes y Egipto se perdió totalmente. La propia Alejandría fue capturada por un ejército musulmán comandado por Amr ibn al-As.


Y fue justamente este general quien destruyó la Biblioteca cumpliendo una orden del califa Omar.


Después de la garra genocida queda la huella etnocida, garra y huella se complementan perfectamente una con la otra. Sin ambages, es intolerancia criminal.


No hay cultura sin memoria. En cambio la incultura no la necesita. La ocurrencia imbécil, la incoherencia, la chabacanería, la grosería, pedantería, vulgarismo, la indecencia, son el vómito de la ignorancia, que “sutilmente” se limpia con el pañuelo de la soberbia y la necedad… Ignorancia atrevida. Sí, ignorancia atrevida porque el ignorante se ríe de sí mismo cuando hace el ridículo, cuando queda expuesto al no saber ni de lo que cree saber. Sí, se ríe porque al final no le importa.


En el fondo tiene razón, porque en reino de Mandraque donde desaparecen personas y erario y aparecen sospechosamente títulos universitarios de la nada, donde el mercado laboral ya no exige profesionales universitarios, sino policías y soldados, en tanto el mercado negro recluta jóvenes para el sicariato y enrolamiento a grupos armados ilegales, también para laborar como jíbaros en la distribución al menudeo de narcóticos, es posible el triunfo de la ignorancia. En este país alucinado e ignorante, un bachiller puede ser presidente del Senado y un presidente de la República puede ser un cerdo imbécil.



El ilusionismo es la carrera universitaria del futuro.


Nos quieren dejar sin memoria. Quieren asesinar el espíritu y convertir el cerebro en letrina. Se celebra la incultura como nueva moda inoculada en la materia gris. ¿Cuál lodo dejó nuestro hábitat polvoriento y asfixiante?


En el ensayo La Destrucción de la Memoria, Robert Bevan expone la guerra cultural que se libra detrás de la demolición del patrimonio. Su objetivo es exterminar a un pueblo, erradicar la memoria de su cultura y, en última instancia, borrar el recuerdo de su misma existencia. Es el llamado urbicidio, la barbarie contra la cultura como arma de guerra.


Esa mezcla de ignorancia e incultura se amasa en la radio vulgarizada y se ingiere en la televisión. Apología al homoxesualismo, la pornografía, el narcotráfico y la infidelidad (cacho corrido) en las telebobelas, los realitis humillantes y El Caso Juzgado de una “jueza” que debería estar en la cárcel. Esta basura sin reciclar, estos residuos tóxico es “material cultural” audiovisual, mientras que la prensa no investiga y las escuelas y universidades se convirtieron en “pasatiempo”.


Se celebra la ignorancia. Es plausible en tiempos del facilísimo y el menor esfuerzo. En tiempos de fortunas mal habidas y enriquecimiento ilícito. En tiempos del taimado, bellaco, astuto. En tiempos del mitómano y del narcisista. En tiempos de la cultura de la imagen en donde una foto habla más que mil libros. En tiempos de las redes sociales donde muchos analfabetas escriben en sus muros o trinan currucucús de palomas. Tiempos en que las redes sociales se han convertido en cloacas para que los ignorantes celebren la ocurrencia bestial de otro más idiota.


La colonización de la mente es la peor de todas y más aún si el cerebro es una caneca donde los colonizadores botan la basura.


En tiempos poscolonialistas los invasores anti culturales son criollos y no son muy inteligentes, son taimados. Al fin, en el reino de los ciegos el tuerto es rey. No obstante a esos taimados no se les puede quitar el crédito, no sin antes preguntarse ¿cómo llegaron tantos imbéciles al poder?



Para el antropólogo y etnólogo francés, Pierre Clastres, el etnocidio es la destrucción sistemática de los modos de vida y pensamiento de gentes diferentes a las que imponen la destrucción. El genocidio considera a “los otros” como absolutamente malos, y cree que puede “mejorarlos” al transformarlos de manera que se parezcan al modelo propio; el etnocidio se ejerce “por el bien del salvaje”. Si el genocidio liquida los cuerpos, el etnocidio mata el espíritu.


El etnocidio pregona la superioridad de una cultura sobre otras. Si, por supuesto, la superioridad de la cultura traqueta distinguida por sus jergas igualmente traquetas y coletas dependiendo del estatus social del mafioso y su clientela.


Me atacó la envidia. Tengo ganas de quemar mis libros.

Comments


© 2017 Acta Diurna  - Línea de atención: (57) 318 3872489 - Calle 45 No 43-30 L. 115 - Barranquilla, Colombia
Contáctenos Aquí
bottom of page