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¿Quién dice la verdad?

  • Por: Víctor Herrera M.
  • 17 sept 2020
  • 3 Min. de lectura


Una vieja y muy conocida frase afirma que: “…La primera baja en la guerra, es la verdad…”. Nada más cierto en Colombia en donde, aunque nos cueste reconocerlo, existen varios tipos de confrontación y en diversos ordenes: político, económico, social, criminal, etc.


Y aunque en algunas de esas confrontaciones se utilizan armas convencionales, en la mayoría el campo de batalla suelen ser los medios de comunicación, la Internet y las redes sociales. Por ello existen ejércitos completos integrados por fieles soldados –y también por mercenarios– como comunicadores, ingenieros, influenciadores, blogueros, políticos, columnistas, “periodistas independientes”, representantes de gremios, perfiladores, dueños de medios, expertos en marketing, creativos, twitteros, líderes de opinión y demás, generando sistemáticamente todo tipo de contenidos (verdaderos o falsos) a favor o en contra.



Los conflictos en nuestro país tienen como protagonistas a muchos vencedores y vencidos, que muchas veces alternan sus papeles en medio de la maraña mediática de esta “Civilización del Espectáculo”, como diría el Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa. En efecto, van desde grupos económicos, fuerzas militares y movimientos políticos hasta líderes sociales, defensores de derechos humanos, indígenas, migrantes venezolanos, trabajadores, campesinos, desplazados, etc.


De tal suerte, que hoy el ciudadano común no sabe realmente quien dice la verdad. A quien debe creerle. Ello genera al final una falta de credibilidad de las instituciones, en los medios y las redes.


Pero lo más grave para el hombre de a pie no es que no sepa a quien creerle, quien dice la verdad y quién miente. Lo peligroso es que, como dice la canción de Ricardo Arjona: “… El problema no es que mientas, el problema es que te creo…El problema no es que juegues, el problema es que es conmigo…El problema no es lo que haces, el problema es que lo olvido…El problema no es que digas, el problema es lo que callas…”


Y es que, siendo sensatos, debemos de reconocer que no aprendimos a pensar porque, además, no nos lo enseñaron. El sistema educativo colombiano – desde un inicio confesional – está diseñado para absorber y acumular información, no para razonar sobre la misma. Es decir, acude a la memoria antes que al razonamiento. A lo sumo nos limitamos – como dice el Nobel de Economía Daniel Kahneman – a emplear un pensamiento rápido e intuitivo en vez de lento, meditado y esforzado. Nos guiamos más por la lo emocional (los sentimientos) que por lo racional (los pensamientos).


Mucho menos llegamos a tener un “Pensamiento Crítico” que fuera el ideal para evaluar la consistencia de las afirmaciones que la sociedad expresa o acepta en el contexto de la vida cotidiana.



Todo ello se presta porque, como dijimos anteriormente, son los medios y modos de comunicación en donde se desarrolla toda la trama. Bien lo describió el maestro del periodismo Ryszard Kapúscínsky: “…Esta identificación, por lo general inconsciente, entre ver – un acto del dominio de las sensaciones – y saber o entender – actos del dominio del pensamiento – es un elemento básico en la manipulación de la gente, que la televisión sabe aprovechar. En la dictadura funciona la censura; en la democracia resulta más adecuada la manipulación. Y el blanco de esas agresiones, siempre es el mismo: el hombre de la calle…”


Al final quienes pierden son las instituciones como pilares fundamentales de un sistema democrático. Máxime cuando, con una gran resonancia mediática, una determinada fracción política llama “Mafiosos” a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, y la otra llama “Asesinos” a todos los miembros de la fuerza pública.


@vherreram


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