top of page

La solitaria resistencia a la cuarentena de los moribundos (I)

  • Por: Gustavo Bell L.
  • 28 abr 2020
  • 5 Min. de lectura


La imperiosa necesidad que tiene por estos días la humanidad, para mantener la cordura y superar con éxito esa mortal alimaña llamada coronavirus, ha demostrado — si acaso tendría que hacerlo — la utilidad de lo inútil, afortunada expresión del profesor italiano Nuccio Ordine, a quien, valga la ocasión, le deseamos buena salud y buen resguardo en su biblioteca de Calabria. Sí, la utilidad de la cultura y el arte para mantenernos saludables mentalmente.


En efecto, no hay publicación periódica (digital o impresa) o columnista que se respete que por estas calendas no recomiende la lectura de algún libro, la visita guiada a un museo virtual, las notas de una sonata de Bach o nos recuerde la vida y obra de algún artista consagrado para sobrellevar mejor la reclusión forzada. Y no se trata de ocupar el tiempo por el prurito de mantenernos ocupados, sino de aprovecharlo para conocer y aprender de las grandes obras del ingenio humano.




Ahí están, por ejemplo, la lista de novelas y relatos de la literatura universal que han tratado el tema de las pestes, desde las descripciones de los clásicos de la antigüedad, pasando por Bocaccio, Defoe, Camus, hasta García Márquez con su aclamada novela El amor en los tiempos del cólera. Hay de veras un amplio repertorio para escoger a quién leer y a qué época trasladarnos.


Ahora bien, quienes han hecho de la lectura una parte esencial de sus vidas conocen y disfrutan de ese estado del espíritu, parecido al éxtasis, que es el de sumergirse en las páginas de un libro y aislarse por completo del mundanal ruido, por muy ruidoso que éste sea, como se puede (¿podía?) constatar en el metro de cualquier gran ciudad. Aislamiento y lectura son ciertamente actividades inseparables. Quien lee se aísla del prójimo y de su entorno para irse a otro lugar diferente al que ocupa su física humanidad. Visita y conoce otros prójimos, dialoga con antepasados cercanos o remotos. Un libro es la perfecta máquina del tiempo, a través de sus páginas nos vamos a la época que queramos, escuchamos a quien se nos antoje y viajamos adonde queramos sin necesidad de visa ni equipaje alguno.


Por lo demás, no hay que divagar mucho sobre el placer de la lectura pues ya lo han hecho en forma magistral mentes excepcionales como Marcel Proust, por ejemplo, en las notas que escribió para el prefacio de la traducción de un texto del escritor y crítico de arte inglés John Ruskin, notas que se conocen con el nombre de Sobre la lectura, Días de lectura, o Jornadas de lectura. Exquisita disquisición, obligatoria para los apasionados de ese arte, que anticipaba esa obra cumbre de la literatura universal, En busca del tiempo perdido.


Volviendo a las listas de los libros recomendados para estos aciagos días, me ha extrañado la escasa mención que ha tenido una novela cuyo título habla por sí solo de su pertinencia, La Cuarentena, de J. M. G. Le Clézio, Nobel de Literatura de 2008. El libro, como casi toda su narrativa, es en buena parte autobiográfico, se inspira en sus propias vivencias y en las de sus antepasados oriundos de la isla de Mauricio, ubicada en el suroeste del Océano Índico.



En la primavera de 1891, los hermanos Jacques (futuro abuelo de Le Clézio) y León Archambau se embarcan en Marsella rumbo a Mauricio en busca deltiempo perdido de su infancia. Surcan el Mediterráneo, cruzan el Canal de Suez, navegan por el Mar Rojo y se detienen en el puerto de Adén, en la actual Yemen – en el extremo suroeste de la península arábiga, entonces colonia británica. Como quiera que Jacques es médico, son conducidos a un hospital para ver un paciente que yace delirando con una grave dolencia en su rodilla derecha: Arthur Rimbaud, el poeta maldito. El galeno no lo reconoce, pero de niño lo vio entrar ebrio y vociferando toda clase de insultos a una bulliciosa taberna parisina en el invierno de 1872, adonde su tío William lo había dejado momentáneamente mientras le compraba una corona fúnebre para su recién fallecida madre. En el fondo de esa misma cantina el padre de los poetas malditos, Paul Verlaine, esperaba, fumando una larga pipa, al borracho que acababa de llegar estrepitosamente.


Estos dos instantes perdurables en la vida de los antepasados de Le Clézio son recreados en La Cuarentenacomo solo la magia de un gran escritor puede hacerlo. Quien quiera imaginarse vívidamente el tormento que debió sufrir los últimos meses de vida Rimbaud, antes de que le amputaran su pierna y falleciera poco más tarde en Marsella, a la temprana edad de treinta y siete años, solo tiene que abrir el libro y adentrarse en sus primeras páginas para lograrlo.


Antes de llegar a Mauricio, su destino final, la embarcación que transportaba a los hermanos Archambau debe detenerse frente a sus costas, en la diminuta isla de Plate (Flaten inglés, Planaen español) pues dos pasajeros presentaban síntomas de viruela. Obligados por el imprevisto y por las autoridades de Mauricio, todos los pasajeros deben desembarcar para una corta estancia en la isla. Así lo hacen Jacques, el mayor de los Archambau, con su esposa Suzanne, y León el menor; así mismo, John Metcalfe, un apasionado botánico, y su esposa, como también algunos comerciantes árabes y franceses.


La propagación de la viruela y la aparición del cólera impiden la reanudación del viaje y los fuerza al confinamiento con el resto de los pasajeros de la nave, inmigrantes reclutados por los británicos para sus plantaciones en Mauricio, y la población local compuesta igualmente por culis e indios a la espera de ser conducidos con ellos a dichas plantaciones. “Estamos prisioneros”, susurra Jacques al observar por primera vez, desde un promontorio, la estrecha franja de tierra de Plate – más parecida a un atolón que a una isla, donde deberán convivir por un tiempo indefinido con la incertidumbre de ser contagiados.


El título de la novela, La Cuarentena, no solo hace mención al confinamiento de los hermanos Archambau en Plate,es también el nombre del campamento reservado a los pasajeros europeos y separado del resto de la población. La cuarentena se extenderá por cuarenta y dos días, y será narrada por León, complementada por el diario científico del botánico Metcalfe, en el que da cuenta de la singular vegetación de la isla.



La fuerza narrativa de la novela, los profundos dramas humanos que se desarrollan en la isla, la denuncia de la explotación de los inmigrantes por los británicos, los sufrimientos del desarraigo de quienes se ven abocados a huir de sus hogares en busca de mejor vida, las vicisitudes propias del aislamiento forzado y las reflexiones en torno a la vida y la muerte, hacen de esta novela de Le Clézio un verdadero clásico en la materia y la colocan al lado de las grandes obras de Defoe, Camus y compañía.


Aunque a los ojos de León la isla es paradisíaca y disfrutará de ella en forma casi mística, la tragedia que vive a su alrededor nunca dejará de perturbarlo. Buscará, por ello, un refugio donde sosegar su espíritu: “…me gusta venir al cementerio. Se respira aquí una enorme paz, una dulzura, como la que he sentido a veces en las iglesias, esa impresión de que existe un tiempo mayor que mi vida, de que hay una presencia que abarca más que mi mirada. Es algo que no alcanzo a comprender. Al atardecer, todas las noches, cuando oigo la señal del sidar, necesito venir al cementerio abandonado.”

Comments


© 2017 Acta Diurna  - Línea de atención: (57) 318 3872489 - Calle 45 No 43-30 L. 115 - Barranquilla, Colombia
Contáctenos Aquí
bottom of page