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Discriminación por edad

  • Por: Víctor Herrera M.
  • 24 ago 2019
  • 3 Min. de lectura


“…Todos queremos llegar a la vejez pero nadie quiere ser viejo…” nos enseña un conocido refrán que parece contradictorio, sin embargo, lo cierto es que todos queremos vivir muchos años pero muy pocos quieren llegar a la condición en la sociedad de hoy de lo que se denomina Viejo, es decir ese estereotipo de ser que vive condenado a unas pastillas y a un bastón o a una silla de ruedas, rodeado de malos olores, quejándose de achaques de salud, con sus huesos frágiles y sus articulaciones rígidas y abandonado como un mueble en algún lugar de la casa para no escuchar sus impertinencias. Es más ya no sabemos con precisión como llamarlos: viejos, adultos mayores, abuelos, ancianos, de la tercera edad, etc.

Por eso la mayoría de la gente lucha contra ese estereotipo de “Viejo” –y en ese camino van desde teñirse las incipientes canas hasta someterse a operaciones estéticas complejas– además de que el modelo de ser humano que nos vende la sociedad de consumo es el de ser siempre jóvenes –no importa la edad– para que podamos adquirir productos y servicios por siempre. Esa es la causa por la que desde la antigüedad se ha buscado, por todo el mundo y sin éxito, el “elixir de la eterna juventud”.



Afortunadamente la ciencia nos ha venido demostrando que el envejecimiento no es el resultado natural del correr de los años sino el resultado de una enfermedad autoinmune provocada por un ataque de nuestro propio sistema de defensa estimulado por el tipo de comportamiento que llevamos.

En efecto, según investigaciones médicas las condiciones características del envejecimiento como la artritis, la osteoporosis, la enfermedad de Alzheimer, el cáncer, la diabetes, el accidente cerebro vascular o la debilidad pulmonar, entre otros, no son el resultado del paso de los años sino de un sistema inmune excesivamente activo. Significa que el deterioro de nuestro organismo, independientemente de la edad, es causado por nuestros malos hábitos al respirar, dormir, comer, amar, ejercitarnos, nutrirnos, descansar y de nuestro entorno que activan en exceso nuestro sistema inmune y provocan ataques al organismo que van deteriorando las funciones de nuestro cuerpo.

Es por lo que hoy vemos “viejos” de 40 años o “jóvenes” de 70, porque su edad cronológica no corresponde con su estado de salud pues han venido envejeciendo a velocidades muy distintas. Precisamente los mayores enseñan que: “Las locuras de la juventud son cheques girados contra el banco de la vejez”.

La estadística por su parte nos señala que cada vez somos más longevos. Las expectativas de vida son cada vez más positivas. En los últimos 200 años hemos pasado de 40 a 72 años como esperanza de vida.


Pero, qué estamos haciendo con esta nueva longevidad…? Muy poco. En Colombia, por ejemplo, la constitución se olvida de prohibir una de las discriminaciones más frecuentes: la discriminación por edad. De tal suerte, que la exclusión de los adultos mayores es muy habitual en los aspectos sociales, laborales y hasta familiares. Después de los 60 prácticamente nos volvemos inútiles, inservibles y casi que una carga –el estereotipo dice que estamos enfermos o dependemos de otro– cuando hay todo un mundo de posibilidades desde su aporte del conocimiento y la experiencia hasta el desarrollo de productos y servicios específicos para esta población que es la que más crece.

Debemos preguntarnos: ¿Para qué luchamos por vivir más años, por alcanzar un futuro si cuando llegamos allí no sabemos qué hacer y la sociedad en que vivimos no nos brinda las herramientas.?

@vherreram

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