Yo, donante
- Por: Ulises Redondo C.
- 3 ene 2019
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Admito que no conocía que existiese la Ley 1805 de 2016, mediante la cual todos los colombianos somos potenciales donantes de órganos, excepto si lo niegan por escrito.
Esta ley comenzó que regir desde el 4 de enero de 2017, expresa en su artículo 1 que: “La presente ley tiene por objeto ampliar la presunción legal de donación de componentes anatómicos para fines de trasplantes u otros usos terapéuticos”.
Artículo 2°, que: “Se presume que se es donante cuando una persona durante su vida se ha abstenido de ejercer el derecho que tiene a oponerse a que de su cuerpo se extraigan órganos, tejidos o componentes anatómicos después de su fallecimiento”.
Y, artículo 4°, que: “Manifestación de oposición a la presunción legal de donación. Toda persona puede oponerse a la presunción legal de donación expresando su voluntad de no ser donante de órganos y tejidos, mediante un documento escrito 'j que deberá autenticarse ante Notario Público y radicarse ante el Instituto Nacional I de Salud (INS), También podrá oponerse al momento de la afiliación a la Empresa Promotora de Salud (EPS), la cual estará obligada a informar al Instituto Nacional de Salud (INS)”.
El asunto hay que verlo por encima de la candidez. Requiere de la altura moral que sobrepasa a la del vuelo de una inocente mariposa.
Yo, donante, expreso que dependiendo del beneficiario no niego la donación. Uno no se puede negar siempre que la donación de uno o varios de sus órganos salven la vida a una madre cabeza de familia quien aún tiene por delante el compromiso de criar a sus hijos. Cómo negarse si la donación salva la vida de niños, niñas y adolescentes. Cómo no ser generoso ante la necesidad que tienen muchos seres humanos de seguir viviendo como personas ejemplares, buenos hijos, padres responsables, buenos hermanos, ejemplares cónyuges, excelentes vecinos buenos ciudadanos. Sólo así uno puede morir tranquilo sabiendo que “seguirá” “viviendo” en cuerpo ajeno.
En cambio, niego a donar mis órganos a individuos deshumanizados, bandidos, trúhanes, avaros, codiciosos, corruptos de todas las calañas, criminales, desalmados, asesinos en serie y en serio, dictadores, banqueros, politiqueros, sádicos, mentirosos compulsivos, violentos, guerreristas, narcotraficantes, traficantes de personas, explotadores de trabajadores, terratenientes y expropiadores de tierras, paramilitares, estafadores, coimeros, sicarios, mercenarios, pederastas, pastores y sacerdotes vividores, proxenetas, tramposos, brujas y brujos mal intencionados, especuladores, falsificadores de todo tipo, atracadores, ladrones de cuello blanco y de poca monta, usureros, drogadictos y alcohólicos, para que continúen viviendo y jodiéndole la vida a otros. No dono mis órganos para que los “parásitos”, “alimañas” ponzoñosas, “reptiles” venenosos, “ratas” y roedores de todos los pelambres continúen disfrutando de la vida para luego “quitarle” la vida a muchísimas personas.
La vida ruin de quien arruina a sus semejantes no debería prolongarse más allá de lo que le permite su conexión a una máquina que lo mantiene vivo en un hospital.
A todos esa calaña de “personas” les doy un rotundo ¡NO¡… No tengo corazón para ellos. No, no van a odiar con mi corazón. No será con mis entrañas que seguirán con los asesinatos y la violencia visceral. Tampoco tengo riñones para que filtren el veneno del mal que corre por su sangre, ni tengo hígado para que sigan en sus orgías y jaranas hedonistas, bebiendo whisky sello azul y abusando de las hijas pobres y ajenas.
No doy mi corazón a Uribe, ni a Martínez Neira, mucho menos a Sarmiento Angulo, porque aunque yo, donante, tengo un buen corazón, ellos tienen una mente malvada.
Para ese tipo de sujetos no tengo corneas para que sigan orondos contemplando las extensiones de sus riquezas mal habidas o producto de la acumulación salvaje a costa del sudor y la sangre de muchos obreros. Tampoco tengo tendones para que lobos disfrazados de oveja los usen como injertos en sus manos asesinas y sigan firmando declaraciones de guerra, tampoco para los que acostumbran a extender las manos para recibir las coimas del soborno, ni para aquellos que tienen como única “virtud” halar del gatillo.
Que no me entere yo, después de muerto, que tomaron sin mi autorización mis entrañas para revivir a esta clase de “muertos vivientes” ¡Más vale que no me despojen de mis despojos mortales!
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