30 años de alcaldes populares y los retos de Barranquilla (II)
- Por: Horacio Brieva M.
- 31 jul 2018
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Que Hoyos Montoya ganara la alcaldía de Barranquilla el 8 de marzo de 1992 - auspiciado por el M-19 y Voluntad Popular de Fuad Char - no debe sorprender. El cura representaba todo lo contrario de la casta política que había ejercido por décadas la hegemonía en la ciudad.
Barranquilla quería un cambio, algo nuevo, un modelo de gobierno que la sacara de la desesperanza y la postración, y Hoyos Montoya con un estilo directo, un lenguaje sin arandelas y una imagen de pulcritud soportada en su investidura de sacerdote, logró el suficiente apoyo ciudadano para llegar a la alcaldía.
La ciudad quería una oportunidad para derrotar a los clanes políticos dominantes, y ya lo había hecho dándole las mayorías a Antonio Navarro Wolf en las elecciones presidenciales del 27 mayo de 1990 y de Asamblea Constituyente del 9 de diciembre del mismo año.
Con la elección popular de alcaldes, en 1988, pasamos, en realidad, de las designaciones por decreto, o a dedo, a las disputas electorales de las maquinarias que habían ejercido, sin competencia, el poder local. Ni siquiera el Nuevo Liberalismo, de Luis Carlos Galán, logró la fuerza local suficiente para plantearse la toma de la alcaldía de Barranquilla por la vía electoral.
Tal posibilidad solo surgió a comienzos de 1990 cuando el M-19 deja las armas. El Eme y el cambio provocado por la Constitución del 91, fueron los principales factores que incidieron en la derrota de las maquinarias políticas locales, sin desconocer el concurso decisivo de Voluntad Popular, el partido de la familia Char que entonces simbolizaba la renovación en la política local. Ya el 27 de octubre de 1991, en las elecciones atípicas de Congreso que coincidieron con las primeras de gobernaciones en Colombia, después de la Asamblea Constituyente, el M-19, Voluntad Popular, el Nuevo Liberalismo y el Movimiento de Salvación Nacional habían conseguido elegir a Gustavo Bell Lemus como gobernador del Atlántico, quien derrotó a Pedro Martín-Leyes Hernández, el candidato de la vieja clase política.
La Barranquilla de principios de los 90 era una ciudad tugurizada, ruralizada, de precarias coberturas de acueducto y alcantarillado, atrasada en telecomunicaciones, y con altos niveles de pobreza, marginalidad e informalidad. Totalmente postrada. Es algo que no deben olvidar las generaciones que padecieron esa realidad y que deben tener clarísimo quienes nacieron en los años 90 y han ido accediendo a una ciudad distinta, renovada.
A comienzos de los años 90 - hay que remarcarlo hasta el aburrimiento - Barranquilla era una ciudad en estado comatoso: no tenía servicios públicos eficientes, la mitad de sus habitantes vivía en barrios subnormales, las escuelas y colegios eran un desastre, el espacio público estaba tomado por los informales, los caños eran una espantosa podredumbre, el pavimento era una ruina, el transporte público de pasajeros era una vergüenza con una oferta insuficiente, y todo este gigantesco retraso era el resultado de varias décadas de politiquería, de irresponsabilidad y de desorden institucional.
A Barranquilla, ciertamente, no le faltaron aportes en planificación urbana, como los que hizo la JICA (Agencia para la Cooperación Internacional de Japón), entre julio de 1983 y marzo de 1985. Quienes fallaron no fueron los expertos sino los dirigentes liberales y conservadores de la ciudad.
De hecho, la primera tarea insoslayable de Barranquilla, principiando los 90, fue restaurar los servicios de agua, alcantarillado y aseo, y para eso se creó una empresa de economía mixta, la Triple A. Tras esa decisión vinieron, entonces, las inversiones nacionales y distritales que se requerían para que la ciudad mejorara en los mencionados servicios públicos domiciliarios. A partir de ahí, la ciudad empezó a cambiar. Fue quedando atrás la época en que los habitantes del suroccidente compraban el agua en carrotanques. Ese paisaje tercermundista, esa tragedia, fue desapareciendo.
Hay que acotar lo siguiente: el día que los historiadores hagan el balance exhaustivo de la gestión de los alcaldes de Barranquilla del periodo 1960-1988, caracterizado por una enorme decadencia, se encontrará que, pese a la prestancia de varios de estos burgomaestres, poco o nada lograron hacer porque sus periodos solían ser muy fugaces, estaban sujetos a los vaivenes de la politiquería y por lo general permanecían en el cargo solo unos meses.
Fue la elección popular de alcaldes la que fijó un tiempo institucional que al principio fue de dos años, luego se extendió a tres y posteriormente se amplió a cuatro para hacerlo más congruente con el de los presidentes de la república.
Lo anterior es muy importante tenerlo en cuenta porque a partir de Pumarejo Certain y Certain Duncan, los periodos de los alcaldes se estabilizaron. Y los recursos comenzaron a crecer desde la primera administración de Hoyos Montoya, merced a los fortalecimientos fiscales - como el aumento de las transferencias - introducidos por la Constitución del 91 en favor de la descentralización de los entes territoriales. Desde entonces, la ciudad comenzó a disponer de más presupuesto para el desarrollo de obras.
Por eso la primera alcaldía de Hoyos Montaya supera en resultados a las de sus antecesores (Pumarejo Certain, Certain Duncan y Bolívar Acuña, a quienes es difícil relacionarlos con algo emblemático). Entre 1992 y 1994 empiezan a ser notorias las inversiones en acueducto y alcantarillado, y todo eso, que en buena parte se debió al Gobierno Nacional, logró capitalizarlo políticamente Hoyos Montoya al punto de que el 30 de octubre de 1994 logró elegir cómodamente a George González como su sucesor.
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