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La solidaridad de los´pares´ miembros de la cofradía de la mentira

  • Por: Ulises Redondo C.
  • 22 may 2018
  • 3 Min. de lectura


La mentira se tornó en norma, por ello la indiferencia de muchas personas y sectores sociales frente a ella. Me atrevería a decir que hay una entronización de la cultura de la mentira, lo cual equivale a decir que existe una especie de culto a la mentira.


Es un ritual singular escenificado en los medios de comunicación y redes sociales, que sirven como altares o “santuarios”, con el rol protagónico de alguien con mucho poder económico o político como para fungir como Dios. En ese culto de la hermandad todos se sienten iguales y se reconocen como “pares” en el ejercicio de la mentira.



La costumbre de mentir se convirtió entonces en religión, en “congregación”, porque quien miente tiene siempre ventajas sobre alguien o sobre algo. Pero quien es engañado también aprende a mentir e ingresa automáticamente a pertenecer al espiral de la mentira, se convierte en miembro de esta “congregación”.


Por supuesto, cuando el culto a la mentira adquiere ribetes de “cofradía” o hermandad entra a operar la solidaridad automática que se refleja en la defensa o apoyo al “miembro”, al par, a alguien que es igual a otro, igual a todos los que mintiendo obtienen ventajas. Unos sacarán mayor réditos que otros de acuerdo a su autoridad o poder. Pero en general todos los que mienten sacan provecho.


La normalización de la mentira en la rutina cotidiana de la vida en sociedad es una acción mecanizada e inconsciente como quien conduce un automóvil mientras escucha música o conversa con alguien a través de su dispositivo móvil.



Si la mentira es la norma a través de la cual siempre hay oportunidades para muchos de obtener beneficios, si para ellos no existe otra visión de la “realidad” que no esté fundada en la mentira, entonces para ellos no tendría validez.

Frente a la normalización de la mentira, Arlene B. Tickner, en su columna titulada ´La era de la mentira´, publicada el 27 de septiembre de 2016 en El Espectador.com, expresa: “Al mismo tiempo, la ciencia, la evidencia empírica y el conocimiento experto pierden relevancia en el debate público sobre problemas tan diversos como el cambio climático, la migración, la desigualdad y la salud. Si bien existe consenso científico, por ejemplo, sobre la existencia y las causas del calentamiento global, éste no se ve reflejado en un consenso social amplio en muchos países, entre ellos Estados Unidos".


Para explicar esta disonancia, los estudiosos de la cognición cultural han mostrado que los individuos validan o desmienten la información en función de sus predisposiciones ideológicas y valorativas existentes. Dicho filtro también alinea las posiciones sobre distintos temas de interés colectivo. Por ello, Piedad Bonnett tiene razón en afirmar en su columna en El Espectador que quienes se oponen al acuerdo de paz y al derecho de las parejas gay a la adopción en Colombia suelen ser los mismos.


En un contexto de legitimidad decreciente de la democracia y las instituciones entre el común de la gente, crecimiento exponencial en las fuentes de información escrita, visual y auditiva, e interacción activa en redes sociales, la facilidad para ignorar todo aquello que no confirma las visiones de mundo que tienen determinados grupos y para reconocer solamente las opiniones de “pares” ha aumentado. Es por esto que los discursos racistas, xenofóbicos, misóginos y homofóbicos puestos oportunistamente en circulación por los medios de comunicación y los políticos —por no mencionar el del castro-chavismo que reina actualmente en Colombia—, aun cuando sean falsos o engañosos, pueden gozar de tanta aceptación”.

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