¿Tu cerebro es mayor de edad?
- Redacción Acta diurna
- 9 may 2017
- 5 Min. de lectura

El reloj penal no concuerda con el biológico. Estudios con imágenes cerebrales muestran que la madurez de este órgano, en muchos casos, está lejos de los 18 años, la edad que separa al menor del adulto ante un delito en países como España. Los científicos advierten que las diferencias individuales, los genes y el entorno marcan un desarrollo cerebral distinto en cada persona.
La cédula de ciudadanía no basta para demostrar que eres mayor de edad. Aunque hayas cumplido los dieciocho años, vivas solo, acabes de aprobar el carné de conducir y puedas comprar alcohol, todavía no eres maduro. Y no porque lo digan tus padres: lo dice tu cerebro.
“La maduración cerebral es un proceso continuo”, explica Juan Lerma, exdirector del Instituto de Neurociencias de Alicante (CSIC-UMH). Cuando nacemos ya contamos con todas las regiones cerebrales y prácticamente todas las neuronas que vamos a necesitar en nuestra vida adulta. El paso del tiempo modifica las conexiones que unen a estas células nerviosas y las refina para que la transmisión de la información sea más eficiente, en un proceso que se prolonga hasta la vejez.
Lo que diferencia a un cerebro adolescente de uno adulto son cambios muy sutiles que, según los científicos, no ocurren a los 18 años. “Esta edad la ha impuesto la cultura sin ninguna correlación neurocientífica”, subraya Lerma.
Desde el punto de vista anatómico, la corteza cerebral –que recubre ambos hemisferios– termina de madurar en torno a los 21 años. En ese momento, su grosor es mínimo y el ‘cableado’ que le permite funcionar se ha refinado tanto que no existen diferencias anatómicas entre ese cerebro y otro adulto, según el neurocientífico.
Un estudio publicado en la revista Neuron pone sobre la mesa este debate y anima a los científicos a fijar una postura común que facilite la comunicación con quienes elaboran las leyes.
“Es importante que los neurocientíficos evalúen de forma crítica el concepto de madurez cerebral y que establezcan vías para que la ciencia básica se traslade a esta esfera”, plantea Leah H. Somerville, investigadora del Centro para la Ciencia del Cerebro de la Universidad de Harvard (EE UU) y autora del estudio.
La madurez, en el banquillo
En nuestro país, la edad penal comienza a los 14 años con la ley de infancia y adolescencia hasta que el menor cumple los 18 añños, cuando empieza a juzgarsele por el sistema penal acusatorio, el cual nos aplica a todos.
Por debajo de los catorce, el adolescente queda fuera del circuito penal, pero eso no significa que sus posibles actuaciones delictivas carezcan de consecuencias: se enmarcan en el ámbito civil.
Cuando se cumplen 18 años, la mayoría de edad civil coincide con la penal, según establece nuestra legislación y en casos específicos se ha planteado como atenuante el poner en duda la mayoría de edad legal por no corresponderse con la madurez cerebral o biológica.
Por ello, resulta importante que los neurocientíficos evalúen el concepto de madurez cerebral y que éste se traslade a las leyes.
Una larga maduración
Ajenos a las normas legales, los niños viven en una ebullición constante de sus cerebros. Los investigadores calculan que hasta los siete u ocho años este órgano es muy permeable, como una esponja que absorbe conocimientos sin descanso. En torno a esa edad, ocurren una serie de cambios moleculares y la plasticidad disminuye.
“La maduración es gradual. Fijar un momento es cuestión de conveniencia”, explica Østby
Por eso lo ideal es aprender idiomas en la niñez más temprana. Susana Martínez-Conde, neurocientífica afincada en EE UU, lo confirma. “Las lenguas podemos aprenderlas de adultos, pero no vamos a alcanzar el mismo nivel que si las hubiéramos adquirido en la infancia”, cuenta desde su despacho de la Universidad del Estado de Nueva York (EE UU), donde es catedrática y dirige el Laboratorio de Neurociencia Integrativa.
El desarrollo cerebral también está marcado por las características de cada persona. Así se explica que algunos niños de ocho años tengan índices de maduración cerebral superiores a los de personas de 25, según un estudio publicado en Science.
Los científicos analizaron las conexiones cerebrales de 238 voluntarios entre siete y treinta años mediante imágenes de resonancia magnética. Diseñaron algoritmos con los que, además de comprobar estas diferencias excepcionales, se apreciaba que la adolescencia se prolongaba hasta los 22 años, cuando la conectividad cerebral tendía a estabilizarse.
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Esta edad no coincide con la calculada en otros estudios, en los que las curvas de crecimiento de las diferentes regiones cerebrales se estabilizan en torno a los treinta. La investigadora Ylva Østby, del departamento de Psicología de la Universidad de Oslo (Noruega), es coautora de varios de estos trabajos.
“La maduración es un proceso gradual, por eso, fijar un momento temporal para esta madurez es una cuestión de conveniencia. Existen enormes diferencias individuales”, explica.
Según la neuropsicóloga, algunos adolescentes pueden tener sus funciones ejecutivas –las que dirigen la conducta, la actividad cognitiva y emocional– más desarrolladas que adultos de treinta, pero carecen de su experiencia y sabiduría; mientras que otros con 22 aún necesitan un poco de vigilancia por parte de sus padres.
Los adultos también cambian
Llegue a la madurez a los veinte o a los treinta, el cerebro seguirá modificándose a lo largo de los años. Es más, numerosas investigaciones han demostrado cómo en el hipocampo y en otras regiones se siguen creando nuevas neuronas.
“Cuando eres adulto, el cerebro sigue siendo plástico, sigue cambiando”, afirma a Sinc Javier de Felipe, profesor de investigación del CSIC (Instituto Cajal-UPM). El cerebro no es igual a los treinta que a los cuarenta o a los cincuenta. “Cambia la forma de procesar la información, las conexiones”, añade.
A la hora de fijar una posible edad de madurez también influyen los distintos ritmos de cada área cerebral. En el caso de la corteza, a los diez años es mucho más gruesa que en la edad adulta y se va refinando a lo largo de los años con diferentes tempos, en función del área en cuestión.

“Las cortezas frontales y temporales adelgazan a un ritmo más lento que las partes posteriores del cerebro”, apunta Østby. Por su parte, la mielina, que es la sustancia blanca que recubre a los axones (prolongaciones de las neuronas), se forma hasta la edad adulta.
Las diferencias entre hombres y mujeres son pequeñas, según la neuropsicóloga. No obstante, algunos estudios han mostrado que las hormonas sexuales influyen en la maduración cerebral y que esta es un poco más lenta en los varones.
El entorno modela la mente
Lo que sí repercute y mucho en el desarrollo cerebral es el entorno. Aunque los genes tengan un papel muy importante, el medioambiente es quien modela la evolución del órgano que nos hace humanos.
“Durante el proceso de maduración, el cerebro es más susceptible de cambiar e interviene muchísimo el medioambiente, por eso la educación y el ambiente familiar son críticos”, recalca De Felipe. Eso explica las diferencias cerebrales entre personas con estudios o profesiones muy distintas, como músicos o matemáticos, con áreas cerebrales más desarrolladas que otras.
Más que la edad, es la propia persona, con las decisiones que va tomando a lo largo de su vida, la que puede llegar a marcar el inicio de su madurez. Por algo Ramón y Cajal afirmaba que “todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. SINC.
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