Dejar hacer, dejar pasar: un monstruo en la posmodernidad
- Por: Ulises Redondo C.
- 3 may 2017
- 4 Min. de lectura

Cuando Jean-Claude Marie Vicent de Gournay, fisiócrata francés del siglo XVIII acuñó la frase: Laissez faire, laissez passer que significa: dejar hacer, dejar pasar, creo que no pasó por su mente, siquiera por un instante que estaba describiendo al monstruo de mil cabezas que nacería en la post modernidad alimentado por el libertinaje.
Esta expresión identifica una doctrina económica basada en la proposición de que el funcionamiento de la economía debe dejarse al libre juego de la oferta y la demanda, evitando la intervención del Estado o de cualquier autoridad.
Al sol de hoy este monstruo mastica ideales, devora sueños, se burla del respeto, la decencia y la honestidad, mancilla la democracia y la libertad, tritura el núcleo familiar, convierte a la esperanza en caos y con este último fabrica su letrina favorita y su basurero a cielo abierto.
Pero con el tiempo este poderoso monstruo nos domesticó, logró que nos acostumbráramos a él. Convivimos con él, nos familiarizamos con su porquería, sobrevivimos en su basurero. Tuvo el poder omnímodo para someternos hasta transformarnos en “basura” humana.
¿En tiempos de la post modernidad, qué significa: dejar hacer, dejar pasar? ¿Qué hay que dejar hacer y, qué, dejar pasar?
De acuerdo a la perspectiva desde donde se observe, puede tener un abanico de significados, ninguno esperanzador. En el peor de los casos puede ser un acto de tolerancia irresponsable, indiferencia pusilánime con énfasis en la impotencia o ignorancia burda y pueril.
Desde la óptica de la tolerancia irresponsable, es permitir todo lo que no afecte un interés individual que puede trastocarse en fina confabulación y delicada conspiración; a este viejo testamento se opone el “neo” testamentario: el escepticismo, con sus ítems capitulados como indiferencia e impotencia.
Para el hombre masa, o pueblo cosificado puede significar: ¡no me importa!, ¡no me afecta!, ¡nada puedo hacer para evitarlo!, o resistencia pasiva: ¡lo tolero porque me conviene! Y lo peor, resistencia activa, o involucramiento: ¡Te acompaño a hacer lo que hay que hacer y en lo que debe pasar porque me beneficia!
Y la propaganda gritada por la masa: ¡alguien debe hacerlo, dejemos que lo haga, dejemos que pase! ¡Acompañémoslo en lo que hace, porque algo tiene que pasar!
¿Quién o quienes quieren que otros les dejen hacer y les permita que pase? ¿Quiénes tienen que permitirlo? ¿Por qué se deja que alguien haga o deshaga sin importar lo que pase? ¿Es ético que alguien deje hacer a otro algo que vaya en detrimento del bien común, porque al dejar hacer y pasar, beneficia el interés de ambos? Es ruin, el solo pensamiento de aquel a quien no le importa el mal de los demás, mientras a él le vaya bien.
En la arena donde se lucha por el poder económico y político están los protagonistas, los hijos adoptivos del monstruo. En los tinglados del Estado; en la frágil democracia de cristal; en el concepto abstracto del erario, instrumento cándido al alcance expedito de los que asechan como ladrón en la noche; en los intramuros del congreso donde se fragua el desorden social y se expiden normas que prohíjan la delincuencia, fracturan el orden social, y le dan músculo al libertinaje. En la falaz y descarada ideología “conspirativa” del: ¡quítate tú para ponerme yo!, que no cambia nada sustancial en el ejercicio de la política, solo los apellidos de los “nuevos” inquilinos del poder.
Dejar hacer y dejar pasar se ha convertido peligrosamente, o tal vez “necesariamente”, en un somnífero social, en una droga sedante e hipnótica parecida a una especie de “combinación química” de benzodiacepina y Donormyl.
¿Qué tal si las industrias transnacionales farmacéuticas produjeran una droga capaz de “paralizar” la conciencia? Me imagino a los políticos corruptos consultando la posología de este producto en el vademécum y destinando recursos económicos para comprar todas las reservas. En lugar de comprar votos darían, por ejemplo, una ración de “Hipnotipolitiquerol”. ¡En fin! las campañas políticas electorales resultarían menos costosas y desaparecería el fantasma de Odebrecht.
Dejar hacer de las suyas a gremios económicos, partidos políticos y congresistas y, en general a todos los ciudadanos y que pase lo que quiera pasar a costa del sacrificio de una nación es darle de comer pasto viche al monstruo. Por eso no es extraño escuchar expresiones como: “la economía va bien, pero el país va mal”, “el Gobierno va bien, pero el país va mal”. Sí, muy mal: peligrosos delincuentes y ladrones del tesoro público que reciben beneficios de casa por cárcel; sádicos violadores de niños y niñas, sin control; jóvenes delincuentes, unos con síntomas depresivos, otros con rol de líderes tóxicos que organizan sus “nochadas”; violencia de género, feminicidio; alarmantes niveles de drogadicción y alcoholismo; matoneo en los colegios; crimen organizado en sus diferentes modalidades, atracos, riñas frecuentes por intolerancia, ajuste de cuentas, sicariato, tráfico y micro tráfico de estupefacientes, trata de personas, corrupción de “cuello blanco”, violencia intrafamiliar, vandalismo, impunidad…!Dejad hacer, dejad pasar! ¡Dejad que siga este “basurero” humano a cielo abierto!... Quien no esté de acuerdo solo tiene que cerrar los ojos y ponerse una mascarilla nasal.
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