Corrupción, ¿modelo a seguir?
- Por: Ulises Redondo C.
- 17 mar 2017
- 3 Min. de lectura

Vivimos en el caos, el desorden, la indisciplina social. La corrupción es pirámide que funciona de arriba hacia abajo. Tiene matiz vertical en las directrices que se toman en el pico, allá, en la cumbre.
La corrupción permea todos los ámbitos de la vida en sociedad. Fulmina la institucionalidad, pulveriza la credibilidad.
La trampa, la deshonestidad, irresponsabilidad e inescrupulosidad son la sica, para acallar a los que se revelan, la daga para amenazar a los honestos y el bisturí para intervenir ´quirúrgicamente´ y desmembrar con precisión milimétrica el cuerpo financiero de un Estado, achacoso, en estado comatoso, desangrado en su erario público.
La corrupción no es un flagelo es una epidemia sin remedio que se ha apoderado de la dermis de toda la sociedad colombiana. Estamos en presencia de una catástrofe: la inseguridad descontrolada y generalizada, el miedo común, la paranoia que nos hace sospechar de todos, que impulsa a miramos con recelo y a distanciamos por precaución. Hay un terror generalizado que nos impulsa a creer que todos los que nos rodean son delincuentes. Cuando no confiamos ni en nuestra sombra y nos miramos, sin excepciones, como enemigos es porque estamos en presencia del caos. Y en el caos nadie puede estar tranquilo, porque el caos es como el infierno donde no hay lugar seguro ni puerta de efugio.
Cuando se pierde el respeto por el otro, el valor de la palabra sincera, el credo por la moral, la ética y las buenas costumbres, estamos en presencia del caos. En el caos no hay ley ni orden, ni democracia ni libertad, ni garantía de derechos ni culto por la vida.
Cuando el delincuente está por encima de la ley es porque hemos tocado fondo, es porque después de navegar al garete hemos arribado al puerto desolador y profundo del caos.
Referirnos a la desvergonzada corrupción en el caso Odebrecht. Hablar de los infaustos carteles de la hemofilia, de los enfermos mentales, del síndrome de Down, de la alimentación escolar, de la educación y la cultura, en donde están implicadas altas esferas del poder ejecutivo y legislativo es registrar, simplemente, que estamos viviendo la quintaesencia del caos, es decir, lo más “depurado” de la corrupción.
Ahora bien, la elaboración de esta “fina” corrupción galopante no ha sido fabricada hoy, en los talleres ingeniosos del mal. Solo estamos en presencia del producto más sofisticado. ¿Cuándo empezó? No se sabe a ciencia cierta, pero ahí están los casos más sonados y recientes: El Guavio, año 1993, costo $15.000 millones; Foncolpuertos, año 1995, costo $30.000 millones; Dirección Nacional de Estupefacientes, año 2011, costo $30.000 millones; Interbolsa, año 2011, costo $300.000 millones; Carrusel de la contratación, costo $2.2 billones; Saludcoop, año 2011, costo $1,4 billones; Fifagate, año 2015, costo $1.500 millones; Fidupetrol, año 2015, costos $500 millones.
Un informe publicado el 26 de febrero de 2017, por el tiempo.com, denominado: La cruzada para que no se sigan robando el país con corrupción, nos informa a cerca de “los privilegios carcelarios para condenados por corrupción y las rebajas de penas por aceptación de cargos son dos de los motores que llevan a delincuentes de cuello blanco a desafiar la ley y a saquear las arcas del Estado”.
Según el informe son 50 billones de pesos anuales que pierde el país por causa de la corrupción
Mientras tanto, estamos entre los países más corruptos, ocupando el lugar 90 entre 176 naciones evaluadas por Transparencia Internacional.
Por otra parte, el 80 por ciento de los empresarios colombianos que respondieron la ‘Encuesta global sobre el fraude 2016’, de Ernst & Young, admitieron que en sus negocios hay corrupción. Y lo que es peor, el 30 por ciento está dispuesto a falsificar estados financieros y pagar sobornos por un contrato.
Los malos ejemplos son copiados como moda in cuando el bandido es el modelo a seguir. Hoy los delincuentes de cuello blanco son más respetados que las personas honestas, por esa razón ya nadie quiere ser honesto.
“El que se siente libre de culpa que tire la primera piedra”, este sermón subliminal moralista de la iglesia católica preconizado por el mundo entero nos inocula en el cerebro la creencia de que nadie es inocente, solo unos menos culpables que otros. Este es uno de los fermentos que alimenta el caos. Si todos somos culpables y nadie tiene autoridad moral para juzgar, entonces sobrevive la corrupción y ya nadie querrá ser honesto. Semejante talanquera entregada en custodia a la santa fe. Nadie querrá juzgar a nadie, situación aprovechada por los inescrupulosos para fugarse con el botín sin tener, siquiera, el coraje de responder por sus actos.
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