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El Carnaval en los tiempos del tranvía (I)

  • Por: Moisés Pineda S.
  • 19 ene 2017
  • 6 Min. de lectura

Me llamo Domingo Mortimer De Lima Insignares. Hijo natural de Martha Insignares Del Villar y Del Comerciante Judío, nacido en Curazao, Don Salomón Abinun De Lima. Soy el Hermano Mayor de César Augusto De Lima Insignares.


Nací el mismo año en el que el General Juan José Nieto(1), se declaró en ejercicio del poder ejecutivo de los Estados Unidos de Colombia, en esta Ciudad de Barranquilla.

El acto de investidura se efectuó a unos pocos metros del lugar donde está sita la casa solariega de los abuelos, Don José Francisco y su esposa Doña María Paula Sierra- madrastra de mi madre-.

El Negro había asumido la Presidencia unos pocos días antes de las fiestas del Carnaval que se iniciaron el domingo 18 de Febrero y se extendieron hasta la madrugada del miércoles de ceniza.


Con la presencia del Presidente de la Unión, afamado por sus gustos por los saraos igualitarios y de buen beber que caracterizaban los Cabildos de Nación que daban lustre a las Fiestas de La Candelaria en Cartagena de Indias, estuvieron muy animadas. Aunque no contaron con la participación de los Conservadores. Ellos, al igual que el Abuelo Insignares, decidieron no prestarse para participar de la que llamaron una “presidencia de sainete”.


Aquel relato se lo escuché narrar vívidamente a mi abuelo materno, Don José Francisco Insignares Llanos, pues nunca fueron ocultas sus antipatías por quien era paisano suyo, al que calificaba de Masón Veleidoso y de Liberal Descreído.

Considerando estas circunstancias políticas, pareciera que el lugar hubiera sido escogido por Nieto para molestar a los Insignares Sierra.


El hecho de haber sido yo cristianado en contra de la voluntad de mi padre y de no haber podido contraer nupcias mis progenitores por estar expresamente prohibido el matrimonio entre católicos y hebreos, fue mortificante para mi familia materna, católica y seguidora de los consejos del Párroco de San Nicolás, el Padre Muñiz, lo cual no fue óbice para interesarme por las historias y las tradiciones de la familia de mi padre en Curazao quien no dejaba de ir y venir en sus actividades de comercio, hasta cuando un día, sin saber por qué, Padre no volvió a regresar de las Islas y con mi madre, mi hermano y yo, tuvimos que trasladarnos a la casa de los Abuelos Insignares Sierra (2) que llegó a ser la primera en esta ciudad en contar con cuatro pisos o niveles y que sigue al costado de la de Don Esteban Márquez. Allí estuvimos hasta 1877 cuando ellos arreglaron el matrimonio de Madre con Don Nicolás Renowitsky.

Y nos mudamos a una nueva casa.

Son las cuatro de la tarde de este martes soleado, 19 del mes de Febrero de 1890. Las dos torres desiguales de la Iglesia de San Nicolás se proyectan sobre el suelo de la plaza en cuyo centro una pileta de bronce, recién traída del extranjero de la fábrica de Fiske, con sus figuras de pelícanos, peces y cupidos, está colocada en medio de una alberca de mampostería que la asemeja más a un abrevadero de bestias, que al eje de un parque francés que solo existe en la cabeza del gobernador Goenaga (3).

Pero bueno, así son las cosas en Barranquilla, más imaginadas que reales…


Mire usted lo que escribió en su informe el Alcalde al Concejo Municipal y que se publicó el 1º de este mes en el que, luego de reconocer que durante seis meses, las epidemias se han llevado de la escena de la vida como a ochocientos niños, a renglón seguido afirma que el desarrollo que se observa en la ciudad, tanto en su aspecto físico como moral, “llama cada día la atención pública”.


Dice nuestro Alcalde:


“Las casas de techos pajizos se derrumban constantemente para ser reemplazadas con elegantes edificios de mampostería; el Teatro en construcción sigue progresando con sus fachadas moriscas; el movimiento Aduanero, el del ferrocarril y el de la numerosa flota de vapores que nos ponen en comunicación con el interior de la República, agitan vivamente el comercio local; los hermosos astilleros de buques, las fábricas de jabón, velas esteáricas, fideos, tallarines, suelas, calzado, hielo, licores y tantas otras cosas que sería dispendioso enumerar, son resultado lógico de ese movimiento de campos que se talan cada día para ser transformados en valiosos establecimientos; el telégrafo y el teléfono nos ofrecen fácil comunicación; el acueducto se ramifica por toda la población; en fin, todo este halago material, equilibrado por los notables colegios particulares que instruyen a la juventud, hacen justicia a las premisas de este capítulo” (4)


Pero, también allí estaban- así lo dijera de soslayo- ochocientos nuevos angelitos y, a mis pies, esta plaza polvorienta en cuyo centro se ha enterrado de punta una vara de caña brava, casa de hormigas, que se eleva del suelo unos 8 pies y a la que amarran a quienes no han pagado el pasaporte del caso para andar por estas calles de Dios, sin disfraz, ni tiznados. La “varasanta” la llaman.



Hacia el extremo suroriental, teniendo cuidado de no obstaculizar el paso de los carros del tranvía, frente a donde se levanta la casa de Don Esteban Márquez, al lado de la que fue de mis abuelos maternos, han construido para estos tres días una especie de cercado de tres paredes, dos largas y una corta, un lado abierto para entrar o salir, con techumbre rustica de palmas, llena de festones de papel en el que la plebe celebra sus bailes, donde beben, comen y bailan durante los tres días del carnaval. Sus bailes en el carnaval.


Porque aquí, pase lo que pase- salvo que estemos en guerra-, siempre hay carnaval.


Ese cercado provisional, que llaman “Salón Burrero”, hecho de madera me recordaba aquel al que Padre nos llevaba siendo muy niños, en los patios de la casa del Señor Senior, por la Calle del Recreo, donde se levantaba una especie de tienda desprovista de toda comodidad, hecha en estos mismos materiales de palmas y maderas de segunda, adornada con festones y en la que la reducida Comunidad Sefardita, durante siete días consecutivos, se reunía a libar, a comer comidas preparadas a la usanza tradicional, a bailar danzas extrañas, tomados de las manos, abrazados, mirándose a los ojos y entonando cantos en lengua hebrea, después de haber leído, en la sala que servía de lugar de oración, los versos de La Thorá.


Eran las fiestas de la Sucá, la de Los Tabernáculos.


El ritual conmemorativo en el que bajo la techumbre de unas tiendas provisionales, armadas por lo menos con tres murallas, dos largas y una corta que significan el abrazo de Dios a Israel, los miembros de la Comunidad se reunían a recordar el camino del desierto y las vicisitudes de la esclavitud, del desarraigo y del peregrinar de los antepasados, siempre bajo la protección de Dios, luego de la salida de Egipto.


Y es que todos los pueblos tienen una época especial de fiestas en la que todo es regocijo y contento.

Los americanos del norte el 4 de Julio.

Los franceses el 14 de Julio.

Los cartageneros el 11 de Noviembre y los barranquilleros tenemos el carnaval, con la diferencia de que aquellas son fiestas patrióticas en las que entra por mucho en el entusiasmo de las gentes, el recuerdo de homéricas hazañas, el deseo de venerar la memoria de los próceres y el de olvidar rencillas políticas, distancias de clases y vivenciar aquello de Igualdad y Fraternidad.


Siendo honestos, hay que decir que aquí en Barranquilla los festejos del 11 de Noviembre también son de campanillas y se arman con bandos que anuncian tres días de fiestas.

En ellas se programan sesiones de salvas de 21 cañonazos, retretas públicas. Te Deum con Misa Cantada. Salones democráticos donde se celebran bailes de máscaras, discursos en la plaza pública y desfiles cívicos y militares (5).


“Cómo y cuándo nació aquí el carnaval es cosa que no hemos podido averiguar. De seguro que es de importación Samaria, porque son contadas las ciudades y los pueblos de la república donde se festejan las carnestolendas. En Bogotá, en Medellín, en Cartagena no hay carnavales mientras en Santa Marta han sido siempre muy ruidosas aún en épocas de decadencia.


Sea ello lo que fuere, el carnaval de Barranquilla se explica perfectamente.


Compuesta la población de masas heterogéneas de diferentes procedencias, no hay fiesta que pueda prestarse como esa a hacerse general; y se explica además porque siendo este un pueblo laborioso que vive de ordinario entregado a rudas faenas, necesita de una época de esparcimiento para tomar nuevos bríos y volver a la brega” (6) .

(1) 26 de enero de 1861

(3) El promotor. Marzo 23 de 1889

(4) El Promotor. 1º de Febrero de 1890

(5) El Promotor.Noviembre 10 y 17 de 1888

(6) El Promotor. 22 de Febrero de 1890


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