Lo que está en juego
- Por: Amylkar Acosta
- 26 sept 2016
- 10 Min. de lectura

A quienes se aterran y tratan de aterrorizar a los demás por el nuevo apretón de manos entre el Presidente Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, alias Timochenko, para sellar el Acuerdo final y así ponerle fin a una confrontación armada de más de 52 años, queremos recordarle uno de los episodios poco conocidos de la gesta de nuestra independencia, cuando Bolívar el Libertador se dio la mano y se abrazó con Pablo Morillo el pacificador, ni siquiera para terminar la guerra sino para “regularizarla”, el 26 de noviembre de 1820 en Santa Ana de Trujillo, territorio ocupado por las tropas realistas. Y posteriormente, en una ceremonia parecida a la que tiene lugar este lunes 26 de septiembre en la Ciudad Heroica para ratificar el Acuerdo final al que se arribó, Bolívar y Morillo ofrecieron solemnemente un “brindis por la paz”. Y, con ocasión de este, Bolívar, alzando la copa, en presencia de Morillo, exclamó: “a la heroica firmeza de los combatientes de uno y otro ejército: a su constancia, sufrimiento y valor sin ejemplo. A los hombres dignos, que a través de males horrorosos, sostienen y defienden la libertad. A los que han muerto gloriosamente en defensa de su patria o de su Gobierno. A los heridos de ambos ejércitos, que han manifestado su intrepidez, su dignidad y su carácter. Odio eterno a los que deseen sangre y la derramen injustamente”.
Y fue más lejos Bolívar, al reprender a un periodista de la época en Antioquia por sus invectivas contra Morillo después de la firma del Acuerdo, a quien le pide moderación. Esto les dijo sentenciosamente: “debe evitar usted los sarcasmos, críticas y dicterios contra aquel Gobierno (refiriéndose a la Corona española), sus jefes y dependientes, usándose de toda la moderación y decoro debido a las presentes circunstancias, combatiendo los errores y pretensiones injustas sin herir a ninguno y menos al General Morillo, que se ha hecho acreedor en esta vez a nuestra consideración”. Y esta actitud del Libertador, lejos de mancillar las páginas que la historia le tenía reservadas, más bien lo enalteció, pues, mostró su talante, caracterizado por el temple en el fragor de la batalla y la templanza en la victoria. Todos buscaron la paz En su alocución televisada el pasado 24 de agosto, el Presidente Juan Manuel Santos, al darle parte al país nacional de la firma del Acuerdo final, manifestó claramente que “esta paz pertenece también a mis antecesores: a Belisario Betancur, a Virgilio Barco, a César Gaviria, a Ernesto Samper, a Andrés Pastrana y a Álvaro Uribe. Todos la buscaron y abonaron el terreno para este gran logro”. Y le cabe toda la razón, pues, como lo aseveró el ex comisionado de paz del ex presidente Pastrana Victor G Ricardo “sin Caguán no hubiera habido Seguridad democrática y sin Seguridad democrática no hubiera habido proceso de paz”, así de sencillo.
Nada más cierto, las lecciones aprendidas de los procesos anteriores, exitosos unos (como los del M- 19, el EPL o el Quintín Lame) y fallidos, que no fracasados, otros (como el del Caguán), son la base sobre la cual descansa el logro alcanzado, gracias a la tenacidad y empeño del Presidente Santos y su equipo negociador. Por ello, entre otras, no hubo cese al fuego bilateral sino hasta el término de la negociación (el quinto intento con las FARC) y en lugar de zona de despeje en el territorio nacional, la misma discurrió en La Habana. La paradoja de Huidobro Este evento tiene lugar en momentos en los que ya estamos en la ruta crítica de la refrendación del Acuerdo final, para dar paso a su implementación. Ello ha dado pié para una mayor crispación de ánimos que perturba los espíritus, lo cual nubla la razón, a la que siempre consulta nuestra conciencia. Y no es para menos, dado que lo que está en juego no es asunto de poca monta. Se trata nada más ni nada menos que de decidir si le damos o no un giro de 180 grados al rumbo de nuestra Nación, para enrutarla hacia un nuevo país en el que quepamos todos, en el que el que el sol brille para todos y no para unos pocos. Sin hipérboles, podemos afirmar con el ex presidente español Felipe González que el paso que está a punto de dar Colombia es “comparable con la caída del muro de Berlín y la capacidad que tuvo la reunificación alemana para aunar a todo un país frente a un proyecto común”. Esta es la oportunidad, como diría el precursor de nuestra independencia José Acevedo y Gómez, única y feliz, que no podemos dejar escapar, para reunificar a nuestro país en uno sólo y con una visión compartida, que pasa por la inclusión y la cohesión social, que es lo que nos habrá de deparar el cumplimiento de lo acordado.
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Ya advertíamos que al igual que en la paradoja de Huidobro los árboles no dejan ver el bosque, al centrarse la controversia en torno a la Justicia Transicional y la “elegibilidad” de los jefes de las FARC al Congreso de la República, ello ha desviado la atención de los demás aspectos contemplados en el Acuerdo final, de tanta o mayor trascendencia que aquellos6. De estos ya nos ocupamos y dejamos en claro que la Justicia Transicional no conlleva impunidad, sólo que es más restaurativa que retributiva y que la “elegibilidad” no les va a permitir al partido político de las FARC, ahora desarmadas, tomarse por asalto el establecimiento, como nos lo quieren hacer creer. En auxilio de esta tesis delirante sostiene el ex presidente Álvaro Uribe, sin inmutarse, que “las FARC por lo menos han dicho que su plataforma es el Socialismo del siglo XXI y Santos se lo ha aceptado totalmente”. Por Dios, en dónde está la prueba de este aserto tan temerario? Con la misma sólo se pretende asustar a incautos y despistados con el fantasmagórico castro-chavismo. Al fin y al cabo, como bien se ha dicho, “las grandes masas sucumben más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”.
Lo que está en juego es mucho más que la Justicia Transicional y la “elegibilidad” de los jefes de las FARC. Con la aprobación del Acuerdo final se abre la compuerta para que se puedan adelantar grandes transformaciones en el país, las mismas que han estado represadas por tanto tiempo como el que nos ha robado esta guerra fratricida a la que hora le pondremos fin. El mayor beneficiado de las mismas, desde luego, será el campo y los campesinos, que han sido los que han llevado la peor parte en esta confrontación armada. Esta es la primera prioridad de los acuerdos (punto 1 del Acuerdo Final), que le permitirá a los campesinos sin tierra tener acceso a 3 millones de hectáreas y formalizar la tenencia o posesión, a través del catastro multipropósito, de 7 millones de hectáreas más. Permitirá también que los 7 millones de desterrados y desplazados volver al campo a labrar la tierra, que es lo que saben hacer, en lugar de seguir perviviendo en los cordones de miseria de las ciudades.
La participación política, a la que se refiere el segundo punto del Acuerdo Final no se reduce a la “elegibilidad” de los jefes de las FARC al Congreso de la República, en donde, por lo demás, tendrán una exigua representación que no supera el 3.7%8. Es mucho más que eso, se trata de la mayor apertura política desde la Constituyente de 1991, abriéndole espacio a nuevas banderías políticas, pero también dándole más cabida a la participación ciudadana en las grandes decisiones que las afectan para bien o para mal. La implementación de este punto implica una reforma a fondo del anacrónico régimen electoral, para lo cual ya se integró una Misión que le recomendará al Gobierno las reformas a tramitar en ejercicio de las facultades que le confirió el Congreso de la República. En desarrollo de este apartado del Acuerdo Final también se está adelantando el trabajo tendiente a darle a este país un Estatuto de la Oposición, que le de garantías a esta para poderla ejercerla a cabalidad.
Cómo no celebrar, también, que las FARC, después de financiarse mediante el control de actividades ilícitas como el cultivo de la coca y la minería ilegal ahora no sólo renuncian a ello, sino que se están aliando con el Estado para combatirlas. Se cuestiona el hecho de que a la hora de la reparación material a sus víctimas, a las que se comprometieron en el cuarto punto del Acuerdo Final, no pongan sobre la mesa el producto de dichas actividades, que se presume les permitieron amasar ingentes sumas de dinero que se sospecha ellos ocultan. Pero, la verdad sea dicha, ellos a través de la Justicia Transicional a las que se someterán deberán decir toda la verdad y sólo la verdad, a riesgo del endurecimiento de sus penas, que pueden llegar incluso a penas privativas de su libertad con cárcel incluida. De modo que, si como resultado del rastreo que deberá seguir adelantando la Fiscalía General de la Nación se llega a establecer que poseen activos no reportados a través de sus declaraciones ante el Tribunal Especial de Paz, los mismos serán incautados, objeto de extinción de dominio y los responsables perderán cualquier beneficio al que se hayan hecho acreedores. Y hoy en día, con todos los adelantos de la tecnología, podemos afirmar que entre cielo y tierra no hay nada oculto, verbo y gracia los “papeles de Panamá”. Así de claro!
Finalmente, con la “dejación” de las armas, que tanta controversia suscitó en su momento, pues para los escépticos no era claro que ello significara entregarlas, pero que ahora queda evidenciado que deberán ponerlas todas a disposición del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, las FARC como organización armada desaparece para siempre de la faz de este país al que tanto daño le infligieron. Este punto, el quinto, es uno de los más delicados y complejos, porque se trata nada menos de que el Estado recupere el monopolio del uso legítimo de las armas. El país queda en deuda con los 5 generales, encabezados por el General (R) Jorge Enrique Mora, el General Javier Flórez y el Contra Almirante de la Armada Orlando Romero, que fueron quienes negociaron este peliagudo tema. Lo acaban de ratificar en su décima y última Conferencia Nacional las FARC, se comprometen a la entrega de su armamento; en ella quedó claro, además, contra todos los pronósticos y augurios de los agoreros del desastre que, excepción hecha de un reducto de uno de sus frentes, las FARC a su manera se adelantaron a refrendar el contenido del Acuerdo Final de manera unánime. El señuelo de la renegociación Este es al Acuerdo Final al que los negacionistas invitan a votar NO el próximo 2 de octubre, cuando usted, yo y todo(a)s lo(a)s colombiano(a)s tendremos la oportunidad, que no nos dieron antes (como sucedió con los acuerdos con los paramilitares) para expresar ya sea nuestro asentimiento o disentimiento con el mismo. Este es, como lo ha repetido hasta la saciedad el Jefe del equipo negociador por el Estado Colombiano Humberto De la Calle, “el mejor Acuerdo posible”, al que se le quiere contraponer otro “mejor” acuerdo, que no pasa de ser una utopía. Con la entelequia de la “paz” como mascarón de proa (“votar por el NO en el Plebiscito para defender la paz”), el Centro Democrático pretende embaucar a lo(a)s colombiano(a)s con la treta de que si se impone el NO, al día siguiente el Gobierno estaría sentado con las FARC, que ya desparecieron como grupo armado, renegociando lo acordado, corrigiéndole la plana a quienes se tomaron casi cuatro años para llegar a este Acuerdo final.
La pregunta que tenemos que hacernos es si serán ellos, que por no ser Gobierno sino oposición al mismo no están en capacidad de hacerlo, los que se sentarían a renegociar lo acordado. Y, la otra pregunta es con quién se va a renegociar, porque para ello se requieren dos y lo acaba de decir con todas sus letras Carlos Antonio Lozada, uno de los negociadores de las FARC, en el marco de la X Conferencia de esta: “no existe la más mínima posibilidad de que lo acordado con el Gobierno sea renegociado. Lo acordado, acordado está y no existe esa posibilidad”. Este es sólo el señuelo, a través del cual se trata de pescar en el río revuelto, que ellos mismos han enturbiado sembrando la confusión para engatusar a los sufragantes que ingenuamente creen en su genuino interés por la paz.
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La verdad verdadera es que el Centro Democrático y su Jefe, el ex presidente Uribe, no sólo no están de acuerdo con lo negociado sino con la negociación misma. Para llegar a esta conclusión basta con recordar que ellos nunca han aceptado que en este país existe un conflicto armado, sino una amenaza terrorista y, por consiguiente con las FARC no se puede negociar porque son una organización de este corte. Ellos no se han retractado, no han cambiado de opinión, para ellos es un imposible moral sentarse con las FARC para negociar o renegociar una salida a este conflicto armado que se niegan a reconocer que existe. O acaso estarán dispuestos el ex presidente Uribe y el Centro Democrático a sentarse con los voceros de las FARC, catalogados ellos mismos como vulgares narcotraficantes y su organización insurgente como el “cartel de la cocaína más grande del mundo”. Será que se atreven o están cañando; tal osadía iría a contrapelo de su reconocida coherencia ideológica. La verdadera disyuntiva El 2 de octubre nos enfrentaremos a la disyuntiva de decir SÍ al Acuerdo Final suscrito entre el Estado Colombiano y las FARC y con ello darle una oportunidad a la paz, que como afirma el estadista alemán Willy Brandt “no es todo, pero sin la paz todo ya no es nada” o decir NO a dicho Acuerdo y de esta manera ponerle un cerrojo para, en el mejor de los escenarios, dizque renegociar un acuerdo “ideal”, que sería aquel que deje contentos a todos. Se repetiría así la historia de Tlaxcala en 1992, cuando después de los infructuosos esfuerzos por ponerse de acuerdo los voceros del Gobierno del ex presidente Cesar Gaviria y los de las FARC, Alfonso Cano, su vocero político, se despidió con estas palabras: “nos reencontraremos dentro de 10.000 muertos”. Lo que él nunca se imaginó era que él mismo se contaría entre estos y que nunca acudiría a ese reencuentro. Como dijo el poeta Jorge Zalamea, “no hay tiempo que perder, hay vidas por ganar”. Por ello, son atendibles las palabras del General Alberto José Mejía, Comandante de las Fuerzas Militares, cuando nos advierte que “no vaya a ser que después que hemos matado el tigre ahora nos vayamos a asustar con el cuero”. Ojalá no nos vaya a ocurrir lo que a los ingleses en el Brexit, en donde muchos de quienes votaron por salir de la Unión Europea no tenían la intención de romper con el resto de países que hacen parte de la misma, sino recomponer sus relaciones con ellos mediante un mejor Acuerdo12. Ellos querían quedarse confortablemente en las dos mitades buenas de dos mundos diferentes y el resultado fue que quienes querían vivir en jauja sin esfuerzo ahora están en babia sin esperanza. No vayas a caer en esa trampa, atraído por los cantos de sirena de quienes te prometen que votar por el NO en el Plebiscito “es iluminar el camino del progreso social a través de la seguridad”, como lo predica el ex presidente Uribe lo cual no pasa de ser un espejismo más, que invita a dar un salto al vacío.
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