De raciones para la guerra a alimentos para la paz
- Por: Moisés Pineda salazar
- 5 jul 2016
- 3 Min. de lectura
Debía tener ocho años cuando mi hermano David y yo, llegamos a la Escuela anexa a la Normal Superior para Varones del Litoral Atlántico, por entonces regentada por los Hermanos de Lasalle.
Es la misma a la que hoy se le distingue con el cachaquisimo nombre de "La Hacienda", Institución económica bastante lejana de las tradiciones históricas de esta parte del Caribe Colombiano. Veníamos de estudiar en la escuela de la Seño Mercedes Galvis, en Puerto Colombia, donde habíamos aprendido, al derecho y al revés, "de adelante para atrás, y detrás para adelante" las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir y a desentrañar los símbolos de la lectura en la Cartlila Abecedario y en los textos de "La Alegría de Leer" Era director de la Escuela Anexa, el Profesor Benjamin Barrospaez, de feliz memoria. En esa escuela, todos los medio días, el Gobierno Nacional nos dispensaba un almuerzo sin que aquello impidiera que Jose, así sin tilde, se ocupará de vender arropillas, panelitas de leche, bocadillo beleño, martillo, guineos y mangos "para alimentar las lombrices" que era la razón que esgrimía mi abuela para explicar por qué no nos daban dinero para atragantarnos con aquellas golosinas a la hora del recreo. Hoy, pienso que era no había con qué dar.. Un día cualquiera, luego de varios meses de admoniciones, y de que una y otra vez el Profesor Calixto Rolong bajara mis notas en conducta al nivel de un delincuente infantil, fui a dar en la Escuela Número 16 para varones, que llamaban Escuela Piloto porque allí estudiaban aquellos niños que, según los resultados de unas pruebas estandarizadas, habíamos mostrado condiciones de excepcionalidad. Nos llamaban "superdotados", aunque por lo de "piloto" también nos decían "los aviadores" Allí, a través de un programa del Gobierno Norteamericano, todos los días nos proporcionaban alimentación, textos y meriendas de leche con Kola y una dosis diaria de Tiamina y Riboflamina "para el desarrollo del cerebro". Eran los tiempos en los que la salud integral del niño que asistía a la escuela, ocupaba un lugar especial en las políticas públicas, aunque la cobertura educativa en primaria no alcanzara el 10% de los niños en edad escolar. Los maestros tenían al niño en el Centro de sus preocupaciones, aunque en muchas partes se les pagara con sacos de botellas de licor. Las Escuelas contaban con médicos y odontólogos y los Curas Capellanes habían las veces de sicólogos y aún no ocurría que los niños tropezarán con clérigos pedofilos. Definitivamente, eran otros tiempos. Hoy, el gobierno retoma aquellas políticas públicas que fueron, desafortunadamente, abandonadas para mal del país y diseña los Planes de Alimentación Escolar para propender por la salud integral de los niños atendidos en las Escuelas Públicas. Sin embargo, esos programas naufragan en medio de escándalos en los que unos cuantos bellacos, ladrones, políticos corruptos y avezados delincuentes, se enriquecen a costa del hambre de los más débiles. Ahora, cuando también se abre un compás con motivo de los Acuerdos suscritos entre el Gobierno Colombiano y las FARC, vale la pena reflexionar acerca de las oportunidades que se abren para aplicar lo que la guerra nos enseñó y ponerlo al servicio de La Paz. La guerra obligó a Colombia a apropiar y a desarrollar tecnologías de procesamiento, empaque, almacenamiento y distribución de raciones variadas y balanceadas de alimentos para sostener al ejército de policías y soldados, encargados de enfrentar a las guerrillas en los campos de batalla. Entonces, ¿por qué no echar mano de toda esa tecnología para diseñar raciones balanceadas y variadas para niños y adolescentes y, de esa manera, aprovechar la experiencia acumulada durante cincuenta años de guerra? ¿Por qué no utilizarla para empacar esas raciones, estables hasta por seis meses, para hacerlas llegar a las escuelas sin que las limitaciones de la producción local, las deficiencias en las cadenas de frío y las limitaciones para el procesamiento se conviertan en obstáculos insalvables para elevar el nivel nutricional y las posibilidades de las nuevas generaciones para alcanzar niveles de desarrollo que ayuden a superar la desigualdad? El Atlántico tiene la oportunidad de convertirse en una "experiencia piloto", como "piloto" lo fueron para mí la Seño Carmen Cabrera, el Profesor Juan Barros y la Escuela Número 16, Martin Restrepo Mejia, hoy renombrada IED San José. Eso es posible, salvo que lo de la Licitación y lo de la declaratoria de "desierta", sea un ardid para hacer una adjudicación a dedo y a favor de un amigo y así pagar favores políticos.
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