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Entre quimbas y huevos: zámpele el huevo

  • Por: Moisés Pineda salazar
  • 29 jun 2016
  • 5 Min. de lectura

Para “posar de sanos”, no podemos llegar al nivel de ingenuidad de Piedad Córdoba cuando nos quiere vender la idea de que ambas partes de la Mesa de Negociación en La Habana han renunciado, han sacado de sus agendas políticas y militares la posibilidad de que el proceso fracase. No. Ni la guerrilla, ni el gobierno son tan intonsos, como lo grita en tono de verdulera el exministro Londoño. Con el perdón de las verduleras que jamás han salido del perímetro de Corabastos y nunca se han asomado al mercado de Invercolsa. Cosa distinta es que la ruptura suponga la aplicación de unos protocolos convenidos, y de los que son garantes la Comunidad Internacional, para que en tal circunstancia se regrese al status quo previo a la instalación de la Mesa de Negociación de la Habana cm garantías de seguridad para los actores armados ( Ejército-Policia & Guerrilla) Sobre esos protocolos el País debe tener en la memoria la ruptura el 20 de Febrero de 2002, de los diálogos con las FARC en El Caguán y de cómo el Gobierno y la Guerrilla retomaron sus posiciones para reiniciar la guerra . Ya lo olvidaron? Es de una ingenuidad supina que el Ex Ministro Londoño y Piedad Córdoba supongan que el Ejército y las FARC hayan renunciado a considerar la posibilidad del fracaso, una vez más.

Es en este último contexto en el que es posible “hilar delgado” y decir: si las FARC y el ELN no se sintonizan adecuadamente con la opinión pública, se cumplirá inexorablemente en ellos lo que Ho Chi Min aconsejara, y que para muchos analistas resulta inexplicable que no se cumpla en Colombia, habida cuenta de la falta del respaldo popular a la insurgencia: “La guerrilla que pierda el respaldo de los civiles, pierde la guerra”. Hasta hace pocos horas, las FARC y el ELN se han venido comportando según la idea de que esta es una negociación entre elites y que, de poco o nada resulta de su interés, que la opinión pública esté a favor o en contra de ellos. No vale la pena recordar la manera desatinada, displicente e irresponsable con la que los conductores de la negociación y los diálogos en representación de las guerrillas, se han referido a situaciones sensibles en la formación de una opinión pública favorable. Diríase que en asuntos de comunicaciones políticas, las FARC “son asesorados por sus peores enemigos”. Hoy, intencionadamente o no, lo cierto es que el Presidente Santos ha logrado “urbanizar el discurso de la Paz y las contingencias de la guerra” Como consecuencia de eso, las Guerrillas de las FARC empiezan a sentir el peso de una opinión pública adversa, a causa- entre otras cosas- de su parsimoniosa e irresponsable lentitud en el manejo del proceso, producto de la creencia irracional de que en los escenarios de la globalización, es posible “que los tiempos del rurales logren predominar sobre los tiempos urbanos”. Se creyeron su propia historia de que era posible que la Sociedad Urbanizada creyera que debíamos acostumbrarnos a que “si las FARC habían sostenido una guerra durante más de cincuenta años, para ellos no había ninguna prisa por terminarla” Las FARC, han empezado a sentir que el peso del electorado y de la opinión pública urbanas, es definitorio en la aprobación de una Agenda de Reformas, necesarias, en las cuales, por efecto de su incapacidad de entender las dinámicas urbanas, están siendo colocadas en el plano de “irrelevantes” o “no necesarias”, lo que termina minando sus posibilidades de legitimarse frente a la sociedad colombiana. Si Juan Manuel Santos no lo buscaba (cosa que dudo que haya sido así), lo ha encontrado. Ha logrado poner a las FARC en la disyuntiva de apresurar el paso y tener que legitimarse frente a la opinión pública urbana que es proclive a pronunciarse en su contra y a imponerles la condición de rendirse, o la de someterse a la justicia en condición de delincuentes comunes. Ni el Gobierno, ni la Comunicad Internacional, van ser proclives a considerar que el hecho de ser convocada la Ciudadanía a manifestarse a favor o en contra de los Acuerdos suscritos entre el Gobierno y las FARC pueda ser considerado, a la luz a del Derecho Internacional, como equiparar a los civiles a la condición de actores armados y que, por lo mismo puedan ser considerados "objetivos militares" como lo han expresado algunos de los dirigentes que promueven la abstención de los ciudadanos frente a la Refrendación de los Acuerdos. Si Juan Manuel Santos no lo buscaba (cosa que dudo que haya sido así), lo encontró. Ha logrado modificar la matriz de la Agenda Política de la Ultraderecha, sacando el plebiscito del marco de La Paz, para transformarlo en un Referendo a favor de su permanencia en el ejercicio de la Presidencia de La República. Eso , en un país presidencialista, santanderista y ceremonioso como Colombia, la sola posibilidad de defenestrar a un Presidente es mucho más atemorizante que el accionar mismo de las FARC. Si Juan Manuel Santos no lo buscaba (cosa que dudo que haya sido así), lo consiguió. Ha logrado convertir el proceso de la refrendación de los Acuerdos con las FARC en un plebiscito en el que los colombianos debemos pronunciarnos a favor de la Institucionalidad Presidencial y, para conseguirlo, ha tensado la matriz de opinión al máximo, llevando a la extrema derecha a equivocarse obligándola a cambiar el foco de su argumentación en contra de las FARC, hacia un debate en contra de la Institución Presidencial. Es una apuesta arriesgada y que se sustenta en la fortaleza Institucional de un país como Colombia, en el que es posible gobernar con los más bajos indicadores de popularidad, pues la sociedad ha aprendido a poner distancias entre una política pública y la imagen del gobernante. Antes que cambiar de gobernante, los colombianos preferimos cambiar la política pública. Y, la sabiduría popular indica que “no es bueno, ni seguro, cambiar de caballo en la mitad del río”. Por eso se sostuvieron Samper y Pastrana en el Poder. Y, por eso mismo llegaron a la Presidencia de la República Uribe y Santos en el momento en el que los colombianos cambiamos la agenda política.

De la negociación Pastranista a la guerra Uribista.

Y, del “Embrujo Autoritario” de Uribe al Estado Burgués, Liberal Social de Derecho de Santos. La ultraderecha, acostumbrada a operar bajo la metáfora de los huevos, ha incubado uno de odio que no los deja entender que son las transformaciones en la Agenda Pública las que impulsan los cambios en la dirección del Estado, y no la defenestración de un Presidente. Uribe, lo sabe. Pero, las pasiones que ha desatado empiezan a desbordarlo y ya ni siquiera su presencia pone orden en sus huestes delirantes que están en el trance del aquelarre de quemar a Santos en la pira.

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