Joselito, el eterno
- Por: Moisés Pineda
- 7 may 2016
- 3 Min. de lectura
A Álvaro Cepeda Samudio se le atribuye la vergonzosa afirmación de que: "Barranquilla no tiene historia".
Convencidos de eso, hemos llegado a ser tan ignorantes que no nos percatamos de que estamos a punto de repetir las mismas rutinas colectivas que han enriquecido a unas élites empresariales, a finales del Siglo XIX, entre 1925 y 1950 y en las tres últimas décadas del Siglo XX cuando, en nombre del progreso, de la modernización y de la Justicia Social, entre todos pagamos el enriquecimiento de unos pocos políticos, comerciantes, industriales y depredadores urbanos. En el pasado, cuando se estudian los hechos, los investigadores concluyen que la inexperiencia y la ignorancia de los actores que ejercían el poder político, jugaron en beneficio de los inversionistas, casi siempre extranjeros, que trajeron consigo nuevas tecnologías y proveyeron de soluciones a los viejos problemas de la Ciudad. Siempre, las condiciones pactadas en los contratos de privilegio, obraron en contra del interés público. Sin embargo, esos mismos hechos muestran que fue muy poco el tiempo que necesitaron los caudillos, los líderes políticos y el empresariado nacional para aprender no sólo el Nuevo ABC del Librecambismo, sino que le aportaron a las nuevas condiciones para los negocios, el dominio que poseían de los intríngulis del ordenamiento republicano que habían construido a conveniencia, haciendo y rehaciendo constituciones, aprobando y derogando códigos, armando y desarmando instituciones, hasta proveerse de los recursos y de la experiencia necesarios para que, aviados de aquella maraña de incisos, letra menuda, de alianzas y sociedades, poder- no sólo competir- sino disputarles sus negocios, hasta hacerse a sus bienes de capital, arruinarlos y sacarlos del país. De la historia, la oculta y la conocida de aquellos procesos, creo haber extractado un decálogo de recomendaciones que los contratistas y empresarios, los héroes y salvadores de la Ciudad, han aplicado con refinamiento y eficacia, con tal de apropiarse del patrimonio público, desde los ejidos municipales en el Siglo XIX- las tierras colectivas de Barranquilla-, hasta los postes del tendido eléctrico en el XXI. Siempre lo han hecho, pagando muy poco, construyendo la propia leyenda que los ha llevado a formar parte del santoral laico de Barranquilla, al que han subido hasta a un prestamista a quien se le reconoce como una virtud cívica, el agiotismo y la captura de rentas publicas para asegurar la recuperación del capital prestado y los intereses, sin sisa, sentado en El Callejón del Mercado. En el fondo, quieren estar en el mismo altar en el que se le rinde culto a la memoria de "El Regenerador de Barranquilla", quien llegó a ser el contratista más poderoso de Colombia, al punto de que en el país no se movía una persona, un documento, una especie venal, una mercancía- de la seca y de la que moja-, un semoviente o una información que no pasara, al menos, por una de las concesiones con las que estructuró una verdadera maraña de condiciones y cláusulas que dieron origen a la que llamaron "La Industria de las Indemnizaciones".
Hoy, como ayer, lo importante no es ser capaz de cumplir el contrato de privilegio- concesión- sino hacerse a él, para luego demandar y aspirar a una compensación, si no es posible venderlo o transferirlo. Y bien pudiera, antes y después de estos próceres, reseñar "Los Hechos de los Apóstoles del Santoral Barranquillero" que tienen como común denominador, la cooptación de lo político, la captura de rentas, la utilidad privada y el beneplácito ciudadano.
Sin dejar de reseñar las gloriosas gestiones de los patricios que se enriquecieron desde el gobierno ganándose la lotería del Atlántico, comprando y vendiendo las fincas del Paseo Bolívar o las tierras de Carrizal, digo que así ha sido desde los días del Cónsul Americano que hizo funcionar sus estrategias de mercadeo urbano a través del "The Shiping List", pasando por el cancerbero de los Banqueros de Chicago, un gringo que elegía con la plantilla y los recursos de las Empresas Públicas Municipales, cinco concejales entre Liberales y Conservadores, a quienes vigilaba de cerca en el mismo recinto de la Corporación, asistiendo armado a sus sesiones para garantizar la recuperación de aquel préstamo que hizo posible construir una Ciudad Moderna, pagada por todos, para el disfrute de los más ricos. Así lo podemos constatar hasta aproximarnos, de manera peligrosa, a las ejecutorias de los recientes Venerables, Beatos y otros aspirantes a ser Canonizados en vida por cuenta de la mala memoria de los barranquilleros, y de nuestra enfermiza capacidad para acabar con una honra en menos de tres días mientras, al mismo tiempo, resucitamos para la eternidad a cualquier muerto insepulto, como si fuera un Joselito Carnaval.
Comments