Unas veces comedia, otras veces tragedia
- Por: Moisés Pineda
- 4 may 2016
- 3 Min. de lectura
Corría el año de 1991 y la ciudad buscaba afanosamente una salida a su crisis de servicios públicos domiciliarios. El de agua potable era un desastre como consecuencia de la politización de la administración de las EE.PP.MM que daba hasta para que los concejales de la ciudad, los días viernes por la tarde y para financiar el guateque de fin de semana, enviaran a personas de su confianza con "cheques chimbos" para ser cambiados en las cajas atendidas por los cajeros que ellos mismos habían vinculado a la burocracia de la Empresa. Después de rebotar varias veces, la misma gerencia se encargaba de "enjugar la operación" como parte de la maraña de "deudas de difícil cobro". Decenas de funcionarios sin oficio conocido, y sin lugar donde sentarse, se reunían por largas horas alrededor de una vieja Ceiba que había en el patio interior de la sede de Barranquillita, a esperar que fuera tiempo del almuerzo para volarse hasta el día siguiente. En el Suroccidente de la Ciudad, Ligia Saumeth y las mujeres que asumieron la tarea de organizar aquella ciudad a puro pulso y coraje, a pesar del gobierno, armaban con la gente del M19 "aguachernas" para reclamar la instalación de redes y dejar de comprar el agua más cara del mundo que les proveía una flota de camiones cisternas de propiedad de los políticos que los surtían gratuitamente en las instalaciones del acueducto y obtenían el diez mil por ciento de utilidad. El apagón, providencialmente, ocultaba la crisis interna de la Electrificadora del Atlántico que languidecía financieramente en medio de limitaciones severas en su cobertura; sin recursos para invertir ni para superar las restricciones que imponían el mal estado, la extensión de las redes y una maraña de sindicatos y media decena de convenciones colectivas plagadas de prebendas, como la de no pagar por sus consumos y una mar de prestaciones extra legales que, en algunas ocasiones, rayaban en lo estrambótico como que el día de San Nicolás de Tolentino se les remuneraba tres veces a toda la nómina de empleados pues ese día era la festividad del Santo Patrono de Barranquilla. Los servicios de telefonía eran verdadera una calamidad. Las llamadas no entraban ni salían. El tono demoraba. Una verdadera mafia técnica manipulaba las líneas desde las cajas de registro que pululaban en la ciudad; hacían llamadas telefónicas de larga distancia, nacional e internacional, que "puenteaban"a un tercero favorecido. Diariamente decenas de ciudadanos iban hasta los estudios de Marcos Pérez, Ventura Diaz y Miguel Forero Sanmiguel a quejarse por los micrófonos, puesto que era la única posibilidad de obtener atención para sus reclamos por facturas plagadas de llamadas a estrambóticos destinos. La escasez de líneas de telefonía conmutada era tal, que poseer una de ellas se consideraba como un activo patrimonial cuyo valor se tasaba en un mercado paralelo que se anunciaba en los avisos clasificados de los periódicos locales: "vendo dos líneas telefónicas. Series 21 y 22. Buen precio. Escribir al anunciante 1025." Todo eso, en forma progresiva, había instalado en el imaginario colectivo la idea de que aquel estado de cosas solamente podría cambiar si se le quitaba el control a los políticos y se le entregaba la "operación" de los Servicios Públicos al sector privado. Hoy, ya no estamos seguros de eso. Y de lo otro, tampoco.
Comments