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El olvido que ya somos

  • Por: Moisés Pineda
  • 13 abr 2016
  • 3 Min. de lectura

Nada es fácil en el camino que tendremos que recorrer....

En un ejercicio de prospectiva con horizonte en el año 2040, me llamó la atención cuando, con un simple "ya para ese tiempo eso se habrá acabado", se descartaba el conflicto armado como una variable a considerar en la estructuración de aquellos escenarios de futuro en el Delta de la desembocadura del Magdalena. Desde Cartagena hasta Santa Marta, desde allí hasta Calamar y de Calamar a Cartagena.

Recordaba, entonces, la cara de asombro y de incredulidad que ponían los estudiantes de una Universidad costeña y conservadora en la ciudad de Santa Marta, cuando les hacía un prolijo relato de la guerra Liberal-Conservadora, de sus horrores y de cómo los dirigentes de los dos partidos enfrentados, finalmente decidieron pactar un cese de hostilidades, convinieron en repartirse el poder político milimétricamente, alternarse en la Presidencia de la Republica y se comprometieron a no usar armas en el ejercicio de la actividad política.

Ninguno de ellos, ni personal ni colectivamente, reconoció culpa, ni asumió responsabilidad alguna por los millares de muertos que quedaron regados en los campos colombianos; ninguno pidió perdón para sí mismo o para su colectividad; no devolvieron un solo centímetro de las tierras que usurparon a los pequeños aparceros, arrendatarios y propietarios, no resarcieron a las víctimas ni pagaron un solo día de cárcel.

Ellos mismos, Laureano Gómez y Alberto Lleras, los signatarios del Pacto de Sitges y Benidorm y sus conmilitones, coparon el Congreso de la Republica y gobernaron a Colombia por más de cincuenta años.

Esa realidad histórica ni la saben las nuevas generaciones, ni la recuerdan quienes la conocieron de boca de padres y abuelos y los que la vivieron prefieren hacerse los amnésicos para no tener que responder por nada... incluida la guerra que siguió. Gracias al olvido.

Me acordaba, entonces, de los tiempos en los que se contrabandeaban electrodomésticos y café por la ensenada de San Onofre; cuando el abigeato asolaba los Montes de María y la guerra entre campesinos, terratenientes y antiguos pescadores en el Sur del Atlántico eran noticia en el día a día.

Contrabando, narcotráfico, delincuencia común y disputas por la tierra incidían en la contabilidad de los muertos. Luego, después, aquello mutó en paramilitarismo, guerrilla y delincuencia organizada, nada de aquello forma parte de la memoria. Gracias al olvido.

Me pregunto, entonces, ¿será posible que en 20 años ocurran los cambios culturales, institucionales, económicos y políticos para pensar entonces, que lo que hoy nos caracteriza como una sociedad excluyente, injusta, inequitativa y violenta será sólo el recuerdo de una pesadilla de la que todos nos avergonzaremos? O, por lo mismo, ¿ni siquiera recuerdo serán, porque convenientemente, lo habremos olvidado para justificar un nuevo desafuero?

Contrabando, narcotráfico , delincuencia común y organizada, disputa por medios de producción, origen y sustento de una sociedad excluyente, injusta, inequitativa y violenta, ¿habrán desaparecido?

El solo hecho de negarnos a pensar en ello indica que no somos conscientes de la naturaleza compleja del problema y que, por eso, le atribuimos a la negociación con las FARC y el ELN unas consecuencias que no se darán mientras no entendamos que el conflicto es una propiedad natural de la diversidad y de la pluralidad y que su trámite por medios no violentos, implica no solamente unas transformaciones en la cultura, sino también el diseño y el fortalecimiento de unas instituciones que deben ser pensadas desde la convicción de que frente a esa enfermedad social que es la violencia, no hay posibilidades de inmunización sino de prevención, contención y mitigación.

Negarlo, es una tontería. O ¿será que nuestras élites políticas han decido no hacer lo que hoy es necesario hacer, solo para garantizar que la historia vuelva a repetirse impunemente gracias al olvido?

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